miércoles, 23 de diciembre de 2009

NUEVAS FECHAS

Estas son las fechas incorporadas a la gira de "Tantas voces..."

Valladolid (16 y 17 de enero 2010)
Teatro Calderón
Málaga (29 y 30 de enero 2010)
Teatro Cervantes

martes, 26 de mayo de 2009

Más críticas

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EL MUNDO

EL PAÍS




ABC

Las esquirlas del tiempo
Por JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN
El tiempo gotea en este entramado de historias de Luigi Pirandello, impregna la urdimbre de los cinco relatos con su huella indeleble: el pasado envía sus fantasmas a «La casa de Granella» hasta hacerla inhabitable, «El hombre de la flor en la boca» vive su cuenta atrás con rabiosa melancolía, los «Limones de Sicilia» mecen en su fragancia el recuerdo de la edad de la inocencia, el gafe de «El certificado» exhibe su aciago currículo como aval para garantizar el futuro de su familia, y un viajero innominado se convierte en símbolo de lo leve y fugaz de la existencia en «Alguien ha muerto en el hotel».
Un gran reloj invisible se cierne así sobre los personajes y marca con su tictac el ritmo de este montaje. Husmeando en ese gran baúl que son los «Cuentos para un año», Plaza-Asperilla ha elaborado un variopinto fresco de la Italia de principios del siglo XX al que se asoman cerca de cuarenta personajes.
El conjunto está invadido por un humor melancólico y suavemente pesimista, que conjuga el espejo costumbrista y las cosquillas del absurdo. Natalia Menéndez atrapa esa atmósfera en su estupenda puesta en escena, uniendo las diferentes tramas por medio de pequeños detalles y logrando un trabajo que culmina en hermosos momentos de poesía sonámbula, aunque tal vez ceda con alguna frecuencia a la tentación de lo farsesco. Con el apoyo de elementos audiovisuales, Andrea D'Odorico firma un espacio escénico versátil con muy bellas escenas, como la acuática final. La interpretación coral raya a gran altura, pero justo es destacar el gran trabajo de José Luis Patiño, que está sublime tanto en el amargo registro de «El hombre de la flor en la boca» como en el grotesco de «El certificado».

CRÍTICA TEATRO
Enrique Centeno
martes 21 de abril de 2009
Tantas voces


Ha elegido la directora, Natalia Menéndez, historias del libro de Pirandello, Cuentos para un año, en el que se propuso escribir, durante todo un año, una diaria –se quedó en el camino, con casi 250-, enlazando en esta función obras que nos enseñan su mundo y que conocemos bien en esa creación de un nuevo teatro. Lo ha llamado Tantas voces, un precioso titular para los cinco cuentos: La casa de Granella, El hombre de la flor en la boca, Limones de Sicilia, El certificado, y Alguien ha muerto en el hotel. Son páginas de fantasmas realistas con unos personajes que dejan conocer a Pirandello. Bajo su irónico humor, todos los relatos muestran la falsedad, la trampa y el abuso.
Comienza esta función con La casa de Granella, en la que ya reconocemos la injusticia de la legislación. La muerte es otro de los temas que aparece en el segundo título, El hombre de la flor en la boca; un personaje aparentemente jocoso que espera a su guadaña, una presencia en las obras dramáticas de Pirandello. Sueños que dedica también a la locura o la imposibilidad, que se muestran aquí en El certificado, o la frustración y la traición de amores, en los Limones de Sicilia. Es la observación cotidiana con la que el italiano crea relatos, día tras día, con su construcción desconcertante.
Los textos son un caramelo que ha adaptado al teatro Juan Carlos Plaza-Asperilla –una de las piezas, El hombre…, es en el original una brevísima escena teatral; por cierto, vimos el año pasado una representación mediocre, y menos mal que en esta ocasión se hace formidablemente-. Y mucho más aún: el regalo de los magníficos intérpretes. El público llega a interrumpir la función con inevitables aplausos, algo que no es nada frecuente en los estrenos. Hay momentos que permiten una gran lucidez, como a Fidel Almansa y a Jorge Calvo, en ese encuentro donde la flor es el violáceo tumor en la boca, una cercana muerte. Emociona la pérdida de un sueño





enamorado en Los limones de Sicilia, que también tiene un final donde Lola Casamayor -con ella Antonio Zabálburu- consigue una formidable escena. José Luis Patiño obtiene –aquí está el loco-, de nuevo los aplausos. También estupendos el veterano Juan Ribó y la joven Lara Grube.
Son numerosos los personajes que hacen entre los siete actores, ante un decorado de azul mediterráneo, de puertas utilizables vivamente para los juegos; un fondo con la efectividad y el riesgo de la inundación en Alguien ha muerto en el hotel. Lo hace genialmente el gran escenógrafo D’Odorico; cómo no recordarle en otro Pirandello que se montó en 1985, Seis personajes en busca de autor. Juan Gómez Cornejo, el iluminador, le ayuda en este estupendo trabajo.
Responsable de esta puesta en escena, Natalia Menéndez ha mostrado inteligencia en sus ritmos, aprovechando la calidad de actores, y trasladando cada escena al mundo humorístico, dramático y burlador en esta obra. Es, sin duda, el perfecto montaje que ha conseguido la directora.

Enrique Centeno









lunes, 6 de abril de 2009

Comunicado

Tantas voces…
(Los cuentos de Luigi Pirandello a escena)

El dramaturgo italiano Luigi Pirandello, mundialmente conocido por su obra Seis personajes en busca de autor y Premio Nobel de Literatura en 1934, fue también un célebre escritor de cuentos. La compañía de Andrea D’Odorico recoge cinco de sus mejores relatos en el espectáculo “Tantas voces…”, una tragicomedia con dramaturgia de Juan C. Plaza-Asperilla y dirigida por Natalia Menéndez. Se trata de un fascinante mosaico de la Italia de principios del siglo XX en el que la Roma artística, el Palermo portuario, Sicilia, el mar, las calles y mansiones sirven de telón de fondo a múltiples voces: una cantante de opera, un músico, una camarera, una viuda, un espíritu, jueces, abogados, campesinos… más de treinta personajes a los que darán vida los actores Fidel Almanasa, Jorge Calvo, Lola Casamayor (premio Goya 2009), Lara Grube, José Luis Patiño, Juan Ribó y Antonio Zabáburu (conocido por su trabajo en la serie Hospital Central). El espectáculo se representará en Madrid en el “Matadero. Naves del Español” desde el 17 de abril hasta el 10 de mayo y proseguirá su gira por toda España.

viernes, 3 de abril de 2009

Las críticas

LAS PROVINCIAS. Diario de Valencia
Crítica de Teatro

Sábado, 28 de marzo de 2009
Salvador Domínguez

Cinco Genialidades

«Uno de de los grandes dramaturgos del siglo XX ha llegado a Valencia. Viene traído por la compañía de Andrea D'Odorico, escenógrafo de alta reputación y empresario. Su proyecto es ciertamente singular. No trae ninguna pieza teatral de Luigi Pirandello, premio Nobel de Literatura en 1934, sino un ramillete de cinco cuentos creados por este autor, que intentó consumar un ingente trabajo de madurez escribiendo un cuento para cada día del año. Al final, la muerte truncó su propósito y quedaron 241 relatos». (…)

«El adaptador, Juan C. Plaza-Asperilla demuestra su buen hacer al trasladar estas prosas a ingeniosos diálogos. La directora, Natalia Menéndez ofrece una exposición ordenada de los cinco relatos, a la manera de actos encadenados». (…)

«Pirandello, su mundo y su genial forma de expresarlo, es el punto incuestionable que da categoría a la pieza. A pesar de una apariencia risueña, estos relatos son buques de gran calado. Temas como la existencia del espíritu, la muerte, la traición, la mala fortuna, o la persistente duda que se agazapa en nuestras vidas». (…)

«Todas estas cuestiones filosóficas, las aborda Pirandello desde una absoluta originalidad. Su clave es presentar cada tema mediante situaciones anómalas, de apariencia absurda, casi chistosa. A esto se debe añadir algo siempre presente en los grandes maestros: la claridad. Todo, por extraño que pueda parecer, es nítido y comprensible». (…)

«El reparto trabaja de manera impecable, y destaca en un acto Antonio Zabálburu con un papel de bellísima inocencia, truncada por la traición de este mundo malsano». (…)

LEVANTE. El mercantil valenciano
Teatro Crítica

Domingo, 29 de marzo de 2009
Enrique Herreras

Bocados pirandellianos

Ni que decir tiene que Luigi Pirandello es una figura central en la renovación del teatro del siglo XX. Ha llegado a ser considerado, incluso, como el Copérnico del teatro moderno. «Toda realidad es un engaño», dijo el autor siciliano, y abrió así el proceso modernísimo de nuestro tiempo: sueño, realidad, ficciones, máscaras, incomunicación.

Caracterísiticas que no sólo están en su reconocida obra dramática, porque existe otro Pirandello, el de los cuentos, de los que también fue un maestro. Prueba de ello es su obra Cuentos para un año. Su intención era la de ofrecer a sus lectores un libro con 365 cuentos, uno por cada día del año, combinando nuevos relatos y otros antiguos pulidos o reescritos. Su muerte le impidió completar el proyecto, pero llegó a juntar 241 cuentos.

Pero lo importante es que, con ellos, Pirandello se fue apartando del verismo estricto (…) Se trataba de acercarse, con mayor eficacia, a la fisicidad de la gente. Esto es lo que vemos en estos cinco relatos que conforma el montaje, convertidos en cinco ricos bocados teatrales. Y, como dice el título, tantas voces que conforman un mosaico tragicómico, trozos de vida de la Italia real, y ficticia al mismo tiempo, del primer tercio de siglo.

Los cinco cuentos, o bocados teatrales, como he dicho, tienen vida propia, pero hay uno que entra con mayor apetito en mi garganta teatral: El hombre de la flor en la boca. (…) Un material que se torna teatral a raíz de una puesta en escena muy cuidada y detallista. (…) En todo momento brilla la estética y una perfecta atmósfera que lo unifica todo.

Y el elenco está imponente en su conjunto. Siempre eficiente y perfectos en sus múltiples papeles. Y no es poco que además estén bien vestidos, iluminados y que deambulen por un espacio escénico muy adecuado para alumbrar estas máscaras desnudas, estos pequeños espejos unidos sólo por el desorden del tiempo y de la vida. (…)



lunes, 2 de febrero de 2009

EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA

Se ofrece la edición de la segunda pieza teatral del espectáculo Tantas Voces… basada en los cuentos de Luigi Pirandello Café Nocturno (1918), La muerte encima (1923) y la pieza teatral breve El hombre de la flor en la boca (1923); y cuya traducción y versión ha sido realizada por Juan C. Plaza-Asperilla (2008)


PERSONAJES:

EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA

UN PACÍFICO CLIENTE

(Verano. Después de Medianoche. Calor.
Un café en una calle de la ciudad cerca de la estación.
A intervalos, se oirá lejano, el sonido tintineante de una mandolina).


(EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA, sentado en una de las mesas, observa largo rato en silencio al PACÍFICO CLIENTE, que, en la mesa de al lado, está chupando con la paja un sirope de menta).


EL HOMBRE DE LA FLOR.- Ah, perdóneme pero se lo tengo que decir. No lo puedo evitar. Usted tiene que ser una persona tranquila, ¿verdad?... (El cliente se encoge de hombros)… ¿Ha perdido el tren?

UN CLIENTE.- Por un minuto, sabe… Ha sido llegar a la estación y verle escapar…

El hombre de la flor.- Podía usted haber corrido detrás…

UN CLIENTE.- Sí. Ya lo sé. Es lo que tendría que haber hecho. ¡Si no hubiera llevado tanto paquete y tanto paquetito! ¡Iba cargado como un burro!... ¡Mujeres! - encargos, encargos y más encargos… - ¡Cuando empiezan no paran! ¡No se lo va a creer, pero fue bajarme del coche y tres minutos para colgarme de los dedos todos esos lacitos de los paquetes! ¡Dos para cada dedo!

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Habría que haberle visto, eh! ¿Sabe lo que hubiera hecho yo? Dejármelos en el coche…

UN CLIENTE.- ¡Ya! ¿Y mi mujer? ¿Y mis hijas? ¿Y todas sus amigas?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¿Gritar? (Se roza dos veces la barbilla hacia fuera con la mano) ¡A mí eso me daría igual!

UN CLIENTE.- ¡Claro! Porque usted no sabe como son las mujeres cuando se van de veraneo…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Claro que lo sé! ¡Justo por eso! (Pausa). Todas dicen que no van a necesitar nada.

UN CLIENTE.- ¡Sólo eso! Son capaces de decir que se van para ahorrar. ¡Eso sí! apenas llegan a un pueblecito, ¡zas!, ¡a ponerse sus mejores trajes! Cuanto más feo es el pueblo; mejor, el traje… ¡Ah, mujeres!... Pero en el fondo es su profesión… “¿Por qué no haces una escapadita a la ciudad, querido? Necesito esto, lo otro, lo de más allá…; y también podrías, si no te importa…” - ¡Qué me dice del “no te importa”, eh!; o “ya que pasas por ahí”… - ¡Pero cómo quieres, hija mía, que en tres horas haga todo eso!... “¡Huy, si coges un coche, te da tiempo!”... Lo malo es que no me he traído las llaves de casa. Para tres horas…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Vaya por Dios! Por eso…

UN CLIENTE.- Me he ido a cenar a un restaurante. Luego para quitarme el mal humor, al teatro. A la salida me he dicho: “¿Qué hago? Es la una; a las cuatro cojo el primer tren. Para tres horitas, no merece la pena irse a un hotel. Y me he venido aquí. Este café no cierra, ¿no?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- No cierra. No señor. (Pausa). ¿Así que los paquetes le han acompañado toda la tarde?

UN CLIENTE.- Sí señor, toda la tarde. A mi lado están más seguros. ¡Y bien atados!...

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Ya me imagino que estarán bien atados. Con ese arte especial que ponen los dependientes para envolver las cosas… (Pausa). ¡Qué manos! Un buen papel, doblado, fino, liso… bien extendido en el mostrador… La tela en medio, bien colocadita… Levantan un borde, lo doblan… luego el otro encima… Luego doblan los lados en forma de triángulo… Meten las puntas hacia abajo… Cogen el cordel, y sin darse uno cuenta le presentan a uno el paquetito con el lazo para colgárselo en el dedo.

UN CLIENTE.- Se ve que se ha fijado usted bien en los dependientes…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¿Yo? Me he pasado días enteros observándolos. Soy capaz de pasarme una hora entera mirando por un escaparate… Allí se me olvida todo. Me gustaría ser aquella seda, aquella cinta que han medido los jóvenes con el metro, y luego… ¿Ha visto como lo hacen? La recogen formando un ocho con los dedos antes de envolverla... (Pausa). Miro al cliente o a la clienta que sale con el paquete colgado de un dedo, o en la mano, o bajo el brazo… Y les sigo con la mirada hasta que se pierden de vista… Imaginando… ¡Uf, la de cosas que me imagino!... Usted ni se lo puede figurar… (Taciturno como hablando consigo mismo)… Pero me ayuda… Claro que me ayuda…

UN CLIENTE.- ¿Le ayuda? ¿El qué?, perdone…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Agarrarme así - con la imaginación, digo -… A la vida de los otros… Pero no a la vida de la gente que conozco. No, no… ¡A esa no! ¡Me aburre! ¡Me da náuseas!... No… Me refiero a agarrarse a la vida de los extraños… Así la imaginación trabaja con libertad, no caprichosamente… ¡Si usted supiera cómo trabaja!... ¿No sé si me explico?...

UN CLIENTE.- Sí, sí; y tiene… tiene que ser un gran placer imaginar tantas cosas…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- (Con fastidio, después de haber pensado un poco). ¿Placer? ¿Yo?

UN CLIENTE.- Me figuro, ¿no?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Dígame, ¿ha estado alguna vez en la consulta de algún buen médico?

UN CLIENTE.- No, ¿por qué? No estoy enfermo…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- No lo digo por eso. Se lo pregunto por si ha estado alguna vez en una de esas consultas que tiene el médico en su propia casa…

UN CLIENTE.- Ah sí, una vez que acompañé a una hija. Sufría de los nervios y…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Bien, no hace falta que me lo cuente. Se lo decía por la sala de espera… ¿Se ha fijado? Esas sillas…, esos silloncitos…, como de segunda mano…, es como si no pertenecieran a la casa… ¡El médico y su familia tendrán un salón bien diferente, más rico, pero esa sala!... ¿Se fijó en las sillas?

UN CLIENTE.- Pues no, la verdad…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Claro. Porque no estaba enfermo. (Pausa). Pero muchas veces, ni siquiera los enfermos se fijan, preocupados por su enfermedad. (Pausa)… Piensan y no ven… (Pausa). ¿Sabe qué efecto produce volver a ver esa silla cuando se sale de la consulta? La silla donde uno estaba sentado. Ahí está, vacía, u ocupada por otro… ¡Bah! No sé por qué le cuento todo esto… Hablábamos de la imaginación y se me ha ocurrido lo de las sillas…

UN CLIENTE.- Ya… No sé que…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- No ve usted la relación, ¿no? Ni yo tampoco… (Pausa). Pero así es el pensamiento de todos. Siempre haciendo relaciones particulares… (Pausa). ¿Sienten placer esas sillas imaginando el cliente que vendrá a sentarse en ellos, y pensando en qué enfermedad tienen, o qué harán después de la consulta? Ningún placer. Pues eso me pasa a mí: No siento ningún placer. ¡Ninguno! Las sillas están allí para que la gente se siente. Y yo, pues una cosa parecida. Ahora me ocupo de esto, luego de lo otro… Ahora estoy con usted, y de verdad que no siento ningún placer por el tren que ha perdido, o por su familia o todas las preocupaciones que usted pueda tener…

UN CLIENTE.- ¡Uffff, ni se lo imagina!

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Dé gracias a Dios de que sólo sean preocupaciones (Pausa). Hay cosas peores… (Pausa). Ya se lo he dicho. Yo, necesito agarrarme con la imaginación a la vida de los demás; pero así, sin placer, sin interesarme por ellos… Es más, es más… Lo hago para…, para sentir hastío, para juzgar la vida estúpida, vana… Para que no me importe que termine… Eso es… (Taciturno con rabia). Y esto hay que demostrarlo bien, ¿sabe?, con pruebas y ejemplos continuos. De forma implacable. Porque no sabemos de qué está hecho, señor mío, pero todos, todos, todos (se toca la garganta) tenemos aquí, como una angustia en la garganta: el deseo de vivir… (Pausa)… ¿Sabe dónde está ese deseo? En el pasado, en los recuerdos que nos atan… ¿Atados a qué? ¿A esta tontería…, a este aburrimiento…, estas ilusiones estúpidas?... Basta que uno piense que va a perder la vida, para que…

(En este momento por la esquina de la izquierda, asoma la cabeza, para espiar, la mujer vestida de negro).

¡Mire…! ¿Ve usted allí? Allí, en aquella esquina… ¿Ve usted aquella sombra de mujer?... ¡Ya está! ¡Ya se ha escondido!...

UN CLIENTE.- ¿Qué? ¿Quién…, quién era?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¿No la ha visto? Se ha escondido.

UN CLIENTE.- ¿Una mujer?

El hombre de la flor.- Mi mujer, sí.

UN CLIENTE.- ¡Ah! ¿Su señora?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- (Después de una pausa). Me vigila desde lejos. Me dan ganas de echarla a patadas. Pero sería inútil. Es como uno de esos perros perdidos. ¡Cuántas más patadas les das, más se te pegan a los talones! (Pausa). Lo que esa mujer está sufriendo por mí, usted no se lo puede imaginar. Ya ni come, ni duerme. Siempre detrás de mí, noche y día, a distancia. ¡Si al menos se preocupara por cepillarse ese sombrero y ese vestido!... Ya no parece una mujer, parece una mendiga… Me da un asco que usted no se lo puede ni imaginar… A veces la agarro y le grito: “¡estúpida!”. Pero ella nada, aguanta con todo. Se queda allí, mirándome, con unos ojos… con unos ojos, que le juro me dan ganas de matarla… Y ella nada. Nada… Espera a que me aleje, y se pone otra vez a seguirme… (La mujer se asoma de nuevo). ¡Mire!... Otra vez asoma la cabeza en la esquina…

UN CLIENTE.- ¡Pobre señora!

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Qué pobre señora! A ella le gustaría que yo me quedara en casa, ¿entiende? Quieto, tranquilo, sin hacer nada, aguantando sus amorosos cuidados, en medio de ese orden perfecto, de esos muebles, de ese silencio, con ese reloj del comedor, ese espejo… ¡Eso es lo que a ella le gustaría!...

UN CLIENTE
.- Pero a lo mejor su señora…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Déjeme hablar! Si la muerte fuera uno de esos insectos extraños, asquerosos, que a veces uno descubre encima… Va usted por la calle; y alguien le para: “¿Me permite, señor? Lleva usted la muerte encima” Y con dos dedos la coge y la tira… ¡Sería magnífico! Pero la muerte no es un insecto. No. ¡Cuánta gente que pasea tan tranquila, a lo mejor la lleva encima, eh! Nadie la ve. Piensan tan contentos en lo que van hacer mañana o pasado, pero… (Se levanta). Mire… Venga usted aquí…

(Lo hace levantarse y lo lleva junto a la farola encendida).

Aquí, junto a esta luz…, venga… Voy a enseñarle una cosa… Mire aquí, debajo del bigote… Aquí, ¿ve usted esta mancha violeta? ¿Sabe cómo se llama esto? ¡Ah! Tiene un nombre dulcísimo… más dulce que un caramelo… “Epitelioma”, se llama. Pronuncie la palabra y sentirá su dulzura: “Epitelioma”… La muerte, ¿entiende?, ha pasado. Me ha puesto esta flor en la boca, y me ha dicho: “Tenla, querido, volveré a pasar dentro de ocho o diez meses”. (Pausa)… Ahora dígame, si con esta flor en la boca, yo puedo quedarme en casa tranquilo como quiere esta desgraciada. (Pausa)…Le grito: “¿Ah, sí? ¿Quieres que te bese?... “Sí bésame”… ¡Pero sabe lo qué ha hecho la semana pasada! Con un alfiler se ha arañado aquí en el labio, y luego me ha agarrado la cabeza y me quería besar… besarme en la boca… Dice que quiere morirse conmigo. (Pausa)… Está loca… (Luego con ira)… ¡Yo en casa no me quedo! ¡Necesito estar detrás de los escaparates, de las tiendas, viendo a esos dependientes! ¿Entiende? Si me quedo solo, si siento el vacío, puedo matar a alguien que no conozco, a uno como usted que ha tenido la desgracia de perder el tren… (Ríe)… No, no, no se asuste. Es una broma... (Pausa)… Me voy. (Pausa)…Me mataría yo, si acaso… (Pausa)…

En esta época hay unos albaricoques muy ricos… ¿Cómo los come usted? Sin pelar, ¿verdad? Se parten por la mitad, y se aprietan con los dedos, dos labios jugosos… ¡Ah, qué delicia! (Se ríe. Pausa)…Saludos a su señora y a sus hijas. (Pausa)…Me las imagino vestidas de blanco o de azul en un prado, a la sombra… (Pausa)… Hágame un favor, mañana por la mañana, cuando llegue. ¿Le importa? Me imagino que el pueblo está un poco lejos de la estación… A primera hora no hace calor y podrá hacer el camino a pie… El primer matojo de hierbas que vea en el borde, cuente sus tallos por mí. Tantos tallos, tantos días me quedarán de vida. (Pausa)… Pero elíjalo grande, eh, se lo suplico, mmm… (Ríe. Luego se despide). Buenas noches, señor mío…

(Se va canturreando, con la boca cerrada, la misma música de la mandolina lejana que sonaba al comienzo de la obra. Se dirige hacia la esquina de la derecha; pero luego se acuerda de que la mujer está allí esperándolo; se vuelve y va hacia la otra esquina, mientras el cliente pacífico, casi desmayado, lo sigue con la mirada).


FIN

miércoles, 21 de enero de 2009

lunes, 19 de enero de 2009

CONTINUACIÓN DE LA ENTRADA ANTERIOR

ESCENA QUINTA

(Agrigento. Semanas después. Septiembre.
La sentencia del juicio).

Sebastiano leonetti, juez



Juez Leonetti.- (Lee). «El presente Egregio Tribunal del Reino de Italia, con fecha 17 de septiembre de 1910, sentencia que:
Habiendo sido desestimadas las alegaciones presentadas por el excelentísimo abogado defensor, Don Vittorio Zummo, en las que se afirma la existencia de espíritus en la propiedad denominada “Casa de Granella; y al considerar del todo inciertas y no probadas las teorías de los fenómenos llamados espiritistas: se condena al demandado, Don Serafino Piccirilli, a pagar daños y perjuicios al demandante Don Gàspare Granella, por el delito de difamación. De igual modo, este Egregio Tribunal condena al demandado a pagar los gastos y costas del presente juicio. Así por esta mi sentencia, lo pronuncio, mando y firmo, y para que conste expido la presente en Agrigento a 17 de septiembre de 1910.
Excelentísimo Señor Juez Don Sebastiano Leonetti».

(El público desaprueba unánimemente la sentencia. Zummo clama contra el tribunal con indignación. La multitud aplaude a los Piccirilli. Gritos e insultos contra Granella).



ESCENA SEXTA

(Calle de Agrigento. Días después del juicio).

Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina


(La casa de Granella se alza en el barrio más alto de Agrigento.
Han pasado algunos días desde la sentencia. Los vecinos agrigentinos siguen recordando el juicio. También hablan de las reformas que está efectuando Granella en su propiedad con el fin de alquilarla. A pesar de que los Piccirilli han perdido el pleito, todo el mundo sigue creyendo en la existencia de espíritus en aquella casa. Los vecinos Alfio y Accursio recuerdan el día del juicio. Luego encuentran a la vieja Filomena que les cuenta las últimas novedades de Granella).

Alfio.- ¡Pero sí, sííííí, claro que dijo que la casa estaba poseída! ¡Pero lo hizo sin convicción, sin ganas!

Accursio.- ¡Eh, así no se defiende un caso! ¡Y mira que el abogado Zummo habla bien, eh!

Alfio.- ¡Pero lo viste! ¡Lo viste! ¡Dejó asombrado a los jueces, al público, a todos!

Accursio.- ¡No hacía más que hablar de este padre del espiritismo!

Alfio.- ¡Kardec!

Accursio.- ¡Justo: Kardec! Decía que era un “nuevo Mesías”… ¡Grandes palabras, eh!

Alfio.- (Recordando las palabras del abogado Zummo). ¡“El espiritismo es la religión de la nueva humanidad”!

Accursio.- Dijo “religión” y todos se callaron. Ni una mosca se oía…

Alfio.- “¡La ciencia no lo explica todo!”

Accursio.- ¡Con la boca abierta, se quedó todo el mundo! ¡Grande este abogado, eh! ¡Grande!...

Alfio.- ¡Eh sí, tan grande que el caso lo ha perdido!... Los Piccirilli tienen que pagar a Granella…

Accursio.- ¡Este Granella es un desgraciado!

Alfio.- Pero ahí le tienes... ¡Hinchado como un pavo! (Repitiendo lo que Granella dice por todas las calles de Agrigento). “¡Me han hecho justicia! ¡Justicia! ¡Esos imbéciles me tendrán que indemnizar!”... Y venga a reírse… (Por la calle Atenea de Agrigento se ve subir a Filomena hacia el Barrio Alto). Mira, mira quien viene, por ahí, la Filomena….

Accursio.- ¡Buenos días Filomena!

Alfio.- Cansa la cuesta, eh…

filomena.- A mi edad qué quieres, hijo…

Accursio.- ¿Sabe que esta noche el Granella se va a dormir solo a la casa?

filomena.- ¡Todo el pueblo lo sabe! ¡No hace más que gritarlo por todas partes!

Alfio.- Me han dicho que ha dejado como nueva la casa.

filomena.- Eso dicen. Los que han ido a visitarla. ¡Yo ni loca!

Alfio.- ¿Y qué ha hecho?

filomena.- ¡Uhhh! De todo… ¡Pero nadie se la quiere alquilar!

Accursio.- ¡Imagínate, con esos espíritus!

filomena.- ¡Dicen que está que rabia!

Alfio.- Pierde dinero…

filomena.- Por eso esta noche se va a allí. Se ha llevado cuatro cosas: una cama, cuatro sillas y poco más… ¡Pero a mí no me la da! Tiene miedo

Accursio.- ¿Y cómo lo sabe?

filomena.- ¡Que cómo lo sé! ¡Pero si le han visto con dos pistolones que parece un bandido! Todo el barrio lo ha visto… ¡Lo que ha hecho contra los Piccirilli es un crimen! Es “un asesino” como dice la Mararo’… En fin, hijos míos, os dejo que todavía me queda cuesta…

Accursio.- Adiós Filomena. Y no se me canse…

Alfio.- ¡Adiós!

filomena.- Adiós, adiós…



ESCENA SÉPTIMA

(Casa de Granella. Exterior / Interior).

Granella, arrendatario
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina


(Granella en la casa vacía. Cierra la puerta de su habitación y echa el pestillo. Se asfixia de calor y abre un poco el balcón... Hace la cama… Le parece como si alguien llamara a la puerta. Se le ponen los pelos de punta... Se saca del cinto una de las pistolas, abre la puerta y grita).

Granella.- ¿Quién hay ahí?

(Retumba sombríamente el vozarrón en las vacías habitaciones. Y aquel retumbo hace retroceder a Granella. Pero inmediatamente se recobra. Adelanta el brazo con la pistola empuñada. Espera un rato, luego se pone a inspeccionar desde el umbral de la habitación de al lado donde hay una escalera de mano, apoyada contra la pared opuesta. Vuelve a entrar en el dormitorio. Coge una silla y se sienta en el balcón al fresco. Y de repente una sombra que vuela y un chillido de murciélago: ¡Zri!...)

Granella.- ¡Maldito murciélago!... (Ríe).

(Llega hasta sus oídos desde la habitación un crujido. Reconoce también enseguida que ese crujido es el de un espíritu)

Granella.- (Ríe). ¡Espíritus! ¡Espíritus!...

(Al volverse ve una lengua descomunal, blanca a lo largo del suelo).

Granella.- (Aterrorizado). ¡Dios, Dios, Dios!...

(Cierra con furia el balcón. Coge el sombrero, la vela, y se va. Tira de sí del portón y, pegado a la pared, sale a escape perdiéndose en la oscuridad. Cree Granella que nadie se ha percatado de su fuga. Pero en aquel almacén de enfrente de la casa, Alfio le ha visto salir lleno de miedo y de cautela, y también volver con las primeras luces del día. Impresionado por el hecho y por aquel extraño proceder, Alfio, esa misma mañana, comenta lo que ha visto con la vecindad, con Accursio y con Filomena…)



ESCENA OCTAVA

(Despacho del abogado Zummo. Esa misma mañana)

Zummo, abogado
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino


(Zummo recibe exultante la noticia de la huída de Granella comunicada por Alfio y Accursio).

Alfio.- …Salió muerto de miedo y no ha vuelto a la casa hasta hoy por la mañana.

Accursio.- ¡Ese Granella ha visto los espíritus!…

Zummo.- (Con ojos que echan fuego). ¡Lo predije! ¡Os juro señores que lo predije!... ¡Haré que los Piccirilli apelen, y me valdré del testimonio del mismo Granella!... ¡Ahora nos toca a nosotros!... ¡Todos de acuerdo, eh, señores!

Alfio.- ¡Sí, sí, señor abogado!

Accursio.- Haremos lo que usted diga…

Zummo.- (Excitado). ¡Es fácil, es fácil! Esta noche nos esconderemos en el almacén de enfrente y cuando salga asustado le sorprenderemos. ¡Pero calladitos, eh! ¡No digáis nada a nadie! ¡Nada! ¡Juradlo!

Alfio y Accursio.- ¡Lo juramos!



ESCENA NOVENA

(Casa de Granella. Exterior. Por la noche)

Granella, arrendatario
Zummo, abogado
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Otros vecinos


(Por la noche, poco después de las once, Zummo, Alfio y Accursio sorprenden a Granella. Mayor satisfacción que ésta, no ha tenido en toda su vida el abogado Zummo. El propietario de la casa, Granella, sale descalzo por el portal de su casa, precisamente descalzo, esa noche, en mangas de camisa, con los zapatos y la chaqueta en una mano, mientras que con la otra sostiene contra su barriga los pantalones que, vencido por el terror, no ha conseguido abotonarse. Alfio y Accursio se abalanzan encima, saliendo de la sombra, como tigres.

Alfio.- (Burlándose). ¡Buen paseo, Granella!

Accursio.- (Riéndose). ¿Adónde vas a estas horas, eh?

(Al pobre hombre, viendo que todos los allí apostados se parten de risa, se le caen los zapatos de la mano, primero uno y luego el otro; y se queda, con la espalda apoyada contra la pared, humillado y atónito.

Zummo.- (Colérico, mientras le sacude por la pechera). ¿Crees ahora, imbécil, en el alma inmortal? La justicia te dio la razón. Pero ahora tú has abierto los ojos. ¿Qué has visto? ¡Habla! ¡Habla!... (Granella tiembla de pies a cabeza, llora sin conseguir articular palabra).

FIN

lunes, 12 de enero de 2009


CONTINUACIÓN DE LA ENTRADA ANTERIOR

ESCENA TERCERA

(Despacho del abogado Zummo. Días después.)

Zummo, abogado
Eligio, pasante
Cammaroto, juez amigo


(El abogado Zummo camina inquieto cavilando en su despacho. Desde el día de su encuentro con la familia Piccirilli, no ha dejado de pensar en los espíritus. No cree en ellos, pero algo en su interior le hace dudar. De repente se mira frente al gran espejo y cómo es habitual en él reflexiona con su propia imagen).

Zummo.- ¡Ah, ahí estás mi querido abogado Zummo!... ¡Espíritus!... ¡Eh! ¿Quién te lo iba a decir, mmm?... El alma… ¡El alma inmortal!... ¿Tú crees en los espíritus, abogado? Date cuenta que para creer en los espíritus hay que creer en la inmortalidad del alma… ¡Uhhhhh! ¡La inmortalidad del alma!... ¡Palabras mayores, eh!... Bien, bien, bien… ¿Tú crees o no, eh?... Yo digo que no… No… Nunca he creído… Pero no estaría mal pensar un poco en todo esto… ¡Por ejemplo!: Se muere un amigo y ¿qué ocurre?... Que nos paramos ahí: en su muerte. No nos atrevemos a ir más allá… Preferimos mirar atrás y pensar en su vida… ¿Y la ciencia?... ¿Qué me dices de la ciencia, eh? Tampoco ella quiere ir más allá…“¡Preocupaos por vivir! - dice - Tú abogado haz de abogado. Tú ingeniero haz de ingeniero. Y uno hace de abogado, el otro de ingeniero… Pero ¿y el alma inmortal, eh?, ¿y los espíritus?, ¿qué hacen?... (Golpea el espejo). Llaman a la puerta del estudio: “Eh, señor abogado, que nosotros también estamos… Que queremos ver su código civil… ¿Qué ocurre? ¿Es que la gente racional no se quiere ocupar de nosotros? ¿No queréis ocuparos de la muerte? Pues mire usted, señor abogado, aquí estamos, venimos del más allá y llamamos a la puerta de los vivos… Sí, sí, sí… Estamos aquí para reímos a carcajadas dentro de los armarios, para hacer girar las sillas y aterrar a la gente. (Señala el espejo). Y también para poner en aprietos a un abogado culto. ¡E incluso a un a tribunal! Sí, un tribunal que además tendrá que emitir una sentencia novedosa sobre nosotros… ¡Los espíritus!...”

(Llaman a la puerta. Zummo se sobresalta. Es el pasante Eligio que le avisa de la llegada del juez Cammaroto).

Eligio.- Permiso, señor abogado, el juez Cammaroto está aquí…

Zummo.- (Sobreponiéndose). ¡Ah, sí!, que pase, que pase…

Cammaroto.- (Sale Eligio, entra Cammaroto con su código civil. Saludos). ¡Buenas tardes, querido amigo!

Zummo.- ¡Ah, mi queridísimo juez!, No sabes cómo te agradezco que hayas venido…

Cammaroto.- He estado consultando el código civil… Ese asunto que me preguntaste del arrendamiento... Creo que hay dos artículos…

Zummo.- (Se acerca hacia el estante y coge su código civil marcado en una página. Sin duda debe haberlo consultado). ¡Ah!, sí, sí justo, justo, aquí lo tengo… El.1.575

Cammaroto.- (Abre el código). ¡Exacto! ¡Y el 1.577!…

Zummo.- (Excitado). Sí, sí, sí… ¡Coincidimos! ¡Coincidimos!.. ¡1575!: (lee). “El arrendador está obligado a… bla bla bla… Primero: a entregar al arrendatario la cosa arrendada. Segundo: a mantenerla en buen estado, etc., etc.; y tercero: a garantizar el disfrute pa-cí-fi-co…”

Cammaroto.- ¡Eso es!... Y el 1.577… (Lee): “El arrendatario debe estar asegurado contra todos los defectos o desperfectos de la casa…

(Llaman de a la puerta del despacho. Es de nuevo el pasante, Eligio).

Eligio.- Disculpe, señor abogado, el Señor Serafino Piccirilli y su hija están aquí, ¿qué les digo?

Zummo.- (Molesto). Dígales que no puedo atenderles…, que estoy estudiando su caso… ¡Que no me distraigan, por Dios!... Cuando sepa algo ya les mandaré llamar…

Eligio.- Muy bien, señor abogado. (Sale y cierra la puerta del despacho).

Cammaroto.- (Con cierta curiosidad). ¡Ah! ¿Entonces son los Piccirilli por lo que preguntabas todo esto?... ¿Es por lo de la casa de Granella?...

Zummo.- (No queriendo entrar en detalles). ¡Eh, sí, sí! ¡No sé! Un caso nuevo, distinto... Pero no estoy seguro… No estoy seguro…

Cammaroto.- (Mirando los libros de espiritismo). ¡Y esto! (Coge un libro y lee el título). “Historia del espiritismo. Desde los orígenes, hasta nuestros días”…

Zummo.- (Molesto). Investigo. Leo, así… Me informo…

Cammaroto.- (Coge otro libro de la mesa). ¿Y éste?... (Lee). ¡“El faquirismo”! (Se ríe burlándose).

Zummo.- (Molesto). No tiene ningún interés…

Cammaroto.- (Asombrado). ¡No creerás en los espíritus!

Zummo.- ¡Yo! ¡No, por Dios! ¡No!...

Cammaroto.- (Se levanta). En fin, sea lo que sea, espero haberte ayudado. Ahora tengo que irme… Que tengas muy buena tarde… (Bromeando). Y cuidado con los espíritus, eh…

Zummo.- Adiós, adiós…

(Sale el juez Cammaroto. El juez Zummo de nuevo vuelve a hablar consigo mismo).

¿Lo ves, abogado? ¡Se ríen de los espíritus!… ¡Pero cómo pueden reírse!... Si es el problema de la muerte… ¿Puede el alma de un difunto volver aquí y estrecharte la mano? ¿Eh?... ¿Qué te diría? “Zummo, tranquilo, no te preocupes por esta vida terrena. Existe otra vida”… ¡Pero espera, espera, espera...! ¿Y si uno de esos tres es un médium?... ¡Claro! ¡Uno de ellos es médium y no lo sabe!… ¡Pero entonces en la casa nueva, tendría que haber espíritus y no los hay!... Sólo los hay en la casa de Granella… Y, ah, ah, ah… (Señalando con el índice la imagen del espejo y en tono de advertencia y preocupación), si hay un médium, mi querido abogado, el proceso se viene abajo… Todo. La culpa no sería de la casa… ¡Basta, basta, da igual! Hay que demostrar si uno de ellos es médium. (Abre la puerta del despacho y llama Eligio)… Eligio, tenga la bondad…

Eligio.- Sí, señor abogado.

Zummo.- Mande a alguien a casa de los Piccirilli y que les diga que mañana pasaré a verles. Es urgente.

Eligio.- Muy bien, señor abogado…



ESCENA CUARTA

(Nueva casa de los Piccirilli. Sesión de espiritismo).

Zummo, abogado
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija


(Mesa en el salón de la nueva casa de los Piccirilli. Los cuatro con las manos extendidas y rozándose con los meñiques).

Tinina.- (Contrariada). ¿Pero de verdad que es necesario?

Zummo.- ¡Imprescindible!

Mararo’.- ¿Y esto no irá contra Dios?

Zummo.- ¡No señora! ¡No! Son pruebas de la existencia del más allá, del alma inmortal…

Serafino.- Nosotros, señor abogado, somos creyentes…

Zummo.- Justo, justo, crean, crean…

Serafino.- Pero, pero y los; y los demonios…

Mararo’.- (Llevándose la mano al pecho y con un escalofrío). Sssssssssss… Los demonios, ¡eso no!, ¡eso no, por Dios!…

Tinina.- (Asustada.) Los de… mo… nios…

Zummo.- ¡Señores, es necesario para el pleito! ¡Imprescindible! Sin esta prueba, no hay pleito…

Mararo’.- Pero…

Serafino.- (A Mararo’). Chssssssss, déjame hablar… (A Zummo) No, no es algo que nos agrade, señor abogado…, pero… si usted considera…

Zummo.- (Impaciente.) ¡Sí, sí, claro que lo considero!... (Indicando que pongan las manos sobre la mesa). ¡Las manos! ¡Las manos! ¡Empecemos ya!...

(Todos se disponen, de nuevo con las manos extendidas sobre la mesa y rozándose con los meñiques).

Recuerden, dos golpes querrá decir “sí”. Tres “no”… Es la base de la Tiptológia…

Mararo’.- (Pronuncia de forma errónea) ¿‘Titología’?

Zummo.- ¡Tiptología!... Y silencio… Silencio… Concentrémonos…

(Comienza la sesión. Semioscuridad. De forma extraña, Tinina va cayendo en trance, en un estado alterado de conciencia, un estado inconsciente parecido al del sueño hipnótico. Todos se sorprenden, incluido el abogado Zummo, que a pesar de todo, y excitado ante los poderes mediúmnicos de Tinina, invoca al espíritu).

Zummo.- (Ante el amago de Mararo’ de retirar las manos).

¡No rompan la cadena! ¡No la rompan!... Chsssssss… ¿Estás ahí?

(Se oyen dos golpes. Todos se espeluznan. Zummo, a pesar de estar estremecido se halla en un estado de excitación intelectual. Tinina aumenta su estado de trance mediúmnico)…

¡Está, está!…

(Mararo’ se encuentra al borde del desmayo).

(A Mararo’). Chsssssss… Chsssssss… (Al espíritu). ¿Puedes materializarte?...

(De nuevo se oyen dos golpes. Y poco después comienza a salir una materia amorfa y sin definir de las manos de Tinina que ha levantado suavemente sus brazos abandonando la cadena mediúmnica para dar forma a un “ectoplasma”, que se eleva por la habitación. Todos están horripilados. Zummo, a pesar del terror está entusiasmado).

¡Un ectoplasma!...

Mararo’.- (Se levanta aterrorizada). ¡Basta! ¡Basta! Luz, luz… (Mararo’ enciende la luz. El ectoplasma se diluye penetrando de nuevo en las manos de Tinina que ha quedado como desmayada en su asiento. Serafino intenta reanimarla. Mararo’ acude en su ayuda)…

Serafino.- (Reanimando a Tinina). Tinina, Tinina, despierta…

Mararo’.- Hija mía, despierta, despierta… (Tinina va saliendo del trance).

Zummo.- (Aterrado y dichoso, con los pelos de punta). ¡Es una médium! ¡Una médium!

Serafino.- (Ante esas palabras y temiendo que el pleito se venga abajo). ¡Pero cómo una médium! ¡Pero no, señor abogado! ¡No puede ser!... ¡Perdemos el pleito!

Zummo.- Pero ¿qué les importa eso, señores? Paguen, paguen el juicio. Eso no es nada. ¡Aquí, por Dios, tenemos la revelación del alma inmortal!…

Mararo’.- (Nerviosa, asustada, solícita con su hija y sobrepasada por los acontecimientos). ¡Pero qué alma! ¡Usted está loco!... (A Tinina). Tinina….

Tinina.- (Aún medio dormida). ¿Qué ocurre?

Mararo’.- (Besa a su hija). Tinina, Tinina…

Serafino.- (Suplicante, con tono llorón). ¡Por favor, señor abogado, no diga nada de esto en el juicio!…

Zummo.- ¡Pero no se dan cuenta del descubrimiento!

Serafino.- (Suplicante). ¡No nos traicione, por el amor de Dios!

Mararo’.- ¡Pero qué le cuesta, qué le cuesta callarse, señor abogado!

Zummo.- (Molesto). ¡Está bien, está bien!… No diremos nada de esto. No se preocupen. Diremos que la casa de Granella está poseída…

Serafino.- (Obsequioso). Gracias, señor abogado, mil gracias…

Mararo’.- (Agradecida). Gracias, gracias…
Continuará…

martes, 6 de enero de 2009

TANTAS VOCES… (Los cuentos de Pirandello a escena)

*La casa de Granella
*El hombre de la flor en la boca
*Limones de Sicilia
*El certificado
*Alguien ha muerto en el hotel



Se ofrece en el presente blog la edición de la pieza teatral La casa de Granella (2008) de Juan C. Plaza-Asperilla, dramatización del cuento homónimo de Luigi Pirandello que se publicó en Italia, por primera vez, en los años 1905 y 1910.


La edición de la comedia se efectuará en tres partes:



Día 1º: Escenas I y II
Día 2º: Escenas III y IV
Día 3º: Escenas V, VI, VII, VIII y IX


PRODUCCIONES ANDREA D’ODORICO





LA CASA DE GRANELLA

(Cuento de Luigi Pirandello)


Dramaturgia: Juan C. Plaza Asperilla




PERSONAJES:

Vittorio Zummo, abogado
Eligio, pasante (de pluma)
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija
Cammaroto, juez amigo del abogado Zummo
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina
Gàspare Granella, arrendatario
Sebastiano leonetti, juez

(En la ciudad siciliana de Agrigento. Año 1910 )



ESCENA PRIMERA

(Sala de espera del despacho del abogado Zummo.
Una mañana de agosto. Cuarenta grados).

Eligio (pasante de pluma)
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija
Zummo, abogado


(La familia Piccirilli espera ser recibida por el abogado Zummo. Lo hace con gran parsimonia, sumida en una sombría preocupación secreta. Es ya tarde y no queda nadie en la sala de espera. Serafino, el padre, se inclina y le recuerda algo a su hija).

Serafino.- Tinina, acuérdate del dedal. (Tinina asiente).

(El reloj de péndulo señala ya casi las doce cuando el pasante, viéndoles aún inmóviles como estatuas, les pregunta…)

Eligio.- ¿A qué esperan para entrar?

Serafino.- (Se pone en pie con las dos mujeres). ¡Ah! ¿Podemos?

Eligio.- (Resopla). ¡Pues claro que pueden! ¡Hace rato que hubieran podido hacerlo! Dense prisa porque el abogado come a las doce. Perdonen ¿su nombre?

(Serafino se quita la chistera. Infinitos ríos de sudor brotan del cráneo).

Serafino.- (Se inclina, suspirando su nombre). Serafino Piccirilli. (La familia Piccirilli entra en el bufete del abogado Zummo).



ESCENA SEGUNDA

(Despacho del abogado Zummo. Esa misma mañana de agosto).

Zummo, abogado
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija


(El abogado Zummo cree haber terminado su jornada laboral. Está ordenando los papeles de encima del escritorio para irse, cuando ve delante de él a los tres nuevos y desconocidos clientes).

Zummo.- (De mala gana). ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

Serafino.- (Haciendo una inclinación mas profunda y mirando a la mujer y a la hija para ver cómo hacen la reverencia). Con Serafino Piccirilli.

(Madre e hija hacen bien la reverencia, e instintivamente Serafino les acompaña con el cuerpo repitiendo aquel movimiento de monas amaestradas).

Zummo.- (Abriendo los ojos desorbitadamente ante el espectáculo de aquella mímica). Siéntense, siéntense… Es tarde… Tengo que irme…

(Los tres se sientan inmediatamente delante del escritorio).

Serafino.- Mire usted, señor abogado…

Tinina.- (Al mismo tiempo que el padre). Hemos venido…

Mararo’.- (Resoplando, con la vista puesta en el techo). ¡Cosas de otro mundo!

Zummo.- (Hosco). ¡Quieren hablar de uno en uno!… Y por favor, de forma clara y concisa… ¿De qué se trata?

Serafino.- Yo se lo explico, señor abogado. (Traga saliva). Hemos recibido una citación.

Mararo’.- ¡Un asesino, señor abogado!

Tinina.- (Tímidamente para exhortar a la madre a guardar silencio o a hablar con más moderación) ¡Mamá!

Serafino.- ¡Mararo’, por favor, hablo yo, eh!... Hemos recibido una citación, señor abogado. Hemos tenido que dejar la casa en la que vivíamos porque…

Zummo.- (Cortando para abreviar). Ya comprendo. Un desahucio.

Serafino.- (Humildemente). No señor. Al contrario. Hemos pagado siempre el alquiler, puntualmente, por anticipado. Hemos sido nosotros los que nos hemos ido. Es más, lo hemos hecho en contra de la voluntad del propietario. Y el propietario ahora nos exige respetar ese contrato de alquiler. ¡Y no sólo! También quiere que le paguemos daños y perjuicios. Dice que le hemos dado mala fama a su casa…

Zummo.- (Molesto). ¿Cómo, cómo? (Mirando a la mujer). Han sido ustedes los que se han ido; Han dado mala fama a su casa, y el propietario… ¡No entiendo nada!... ¡Vamos a hablar claro, señores! El abogado es como el confesor. ¿Comercio ilegal, verdad?

Serafino.- (Apresurado y llevándose las manos al pecho). ¡No señor! ¿Qué comercio? ¡No hay ningún comercio! ¡Nosotros no somos comerciantes! Sólo mi mujer da alguna cosita…, así…, un pequeño préstamo, pero a un interés…

Zummo.- Legal. ¡He comprendido!

Serafino.- Créalo, sí señor, permitido hasta por la Santa Madre Iglesia… Pero esto no tiene nada que ver. Granella - el propietario de la casa - dice que le hemos dado mala fama a la casa. ¡En tres meses, en esa maldita casa nos ha pasado de todo, señor abogado! ¡Me entran… me entran escalofríos de sólo pensarlo…!

Mararo’.- (Se pone en pie, primero levantando los brazos, luego persignándose con la mano llena de anillos. Con un formidable suspiro). ¡Ay, Señor, salva y libra a todas las criaturas de la tierra!

Tinina.- (Cabizbaja y con los labios apretados). Una persecución… (A la madre) Siéntate, mamá.

Serafino.- ¡Perseguidos, sí señor!... (A la mujer). ¡Siéntate, Mararo’!... (A Zummo). ‘Perseguidos’, esa es la palabra. Hemos sido perseguidos a muerte durante tres meses, en esa casa….

Zummo.- (Gritando, perdiendo la paciencia). ¿Perseguidos por quién?

Serafino.- (En voz baja, inclinándose hacia el escritorio y poniéndose una mano junto a la boca mientras con la otra impone silencio a las dos mujeres). (A las mujeres). ¡Chsssssss…! (A Zummo). ¡Por los espíritus, señor abogado!

Zummo.- (Creyendo haber oído mal). ¿Por quién?

Mararo’.- (Reafirmándose en voz alta, con valentía. La mujer agitando las manos en el aire). ¡Por los espíritus, sí señor!

Zummo.- (Poniéndose de pie de golpe, hecho una furia) ¡Pero qué broma es ésta! ¡No me hagan reír! ¿Perseguidos por los espíritus?... Miren, señores, yo me tengo que ir a comer…

Familia Piccirilli.- (Se levantan, le rodean para retenerle, y empiezan a hablarle todos a la vez, suplicantes).

Serafino.- ¡Sí señor, sí, señor! ¿No nos cree, su señoría?...
Tinina.- Pero escúchenos, por favor…
Mararo’.- ¡Espíritus, espíritus infernales! Los hemos visto con nuestros propios ojos…
Serafino.- ¡Visto y oído!...
Mararo’.- ¡Nos han martirizado, tres meses!...

Zummo.- (Agitándose de rabia). ¡Que se vayan, les digo! ¡Esto son locuras! ¿Para eso han venido a verme? ¡Al manicomio! ¡Al manicomio es donde tendrían que haber ido, señores!

Serafino.- (Gimiendo con las manos juntas). ¡Pero si nos han demandado!

Zummo.- (Gritándole a la cara). ¡Y muy bien que han hecho!

Mararo’.- (Entrometiéndose y haciendo a un lado a todos). ¡Pero ¿qué dice usted, señor abogado?! ¡Es ésta la ayuda que su señoría presta a la gente pobre y perseguida! ¡Ay, Señor! ¡Su señoría habla así, porque no ha visto lo que nosotros hemos visto! ¡Hay, puede usted creerlo, hay espíritus! ¡Los hay! ¡Y nadie mejor que nosotros lo sabe! ¡Cómo no vamos a saberlo!

Zummo.- (Con una sonrisa burlona). ¿Ustedes los han visto?

Serafino.- (Rápido, sin ser preguntado. Señalándose con el índice los ojos). ¡Sí señor, con mis propios ojos!

Tinina.- (Con el mismo gesto). Y yo también, con los míos…

Zummo.- (Sin poder evitar un reproche sarcástico con los índices tendidos hacia los ojos estrábicos del padre y de la hija). ¡Sí claro, con esos ojos, seguro!

Mararo’.- (Salta gritando, dándose un furioso manotazo en el pecho y abriendo de par en par sus ojazos). ¡Yo también los he visto, sabe!

Zummo.- (Irónico). ¿Ah, sí?...

Mararo’.- (Suspira). ¡Está bien! Ya veo que su señoría no nos cree. Pero tenemos un montón de testigos, sabe. Todo el vecindario podría venir a declarar…

Zummo.- (Frunce el entrecejo molesto). ¿Testigos que han visto?

Mararo’.- ¡Visto y oído; sí señor!

Zummo.- (Enojado). Pero ¿visto… qué, por ejemplo?

Mararo’.- Por ejemplo, moverse sillas, sin que nadie las toque…

Zummo.- ¿Sillas?

Mararo’.- Sí, señor. Como esa silla de allí, ponerse a hacer cabriolas por el cuarto, como hacen los chiquillos en la calle; y luego, por ejemplo… ¿qué le diría yo? Un alfiletero, por ejemplo, de terciopelo, en forma de naranja, hecho por mi hija Tinina, volar del cajón contra la cara de mi pobre marido, como lanzado…, como lanzado por una mano invisible. El armario de espejos crujir y temblar entero, como si tuviera convulsiones, y dentro… dentro del armario, señor abogado…- Sssssssss… ¡me entra un escalofrío cada vez que lo pienso! - ¡risas!...

Tinina.- ¡Risas!

Serafino.- ¡Risas!

Mararo’.- (Sin perder el tiempo). Todas estas cosas, señor abogado, las han visto y oído nuestras vecinas, que están dispuestas, como le he dicho, a testificar. ¡Nosotros hemos visto y oído mucho más!

Serafino.- Tinina, el dedal.

Tinina.- (Recobrándose con un suspiro). ¡Ah, sí señor! Yo tenía un dedal de plata, recuerdo de la abuela, que en paz descanse. Lo cuidaba como si fuera la niña de mis ojos. ¡Un día, voy a buscarlo en el bolsillo y no lo encuentro! ¡Me puse a buscarlo por toda la casa y nada! ¡Tres días buscándolo que creía que me iba a volver loca! ¡Nada! Cuando una noche, estando en la cama, debajo de la mosquitera…

Mararo’.- (Interrumpe). ¡Porque también hay mosquitos en esa casa, señor abogado!

Serafino.- (Apoya a la madre, mientras entorna los ojos y sacude la cabeza con desaprobación). ¡Y qué mosquitos!

Tinina.- (Retomando su narración)… Oigo…, oigo que algo golpea arriba en la mosquitera…

Serafino.- (La hace callar con un gesto de la mano. Le toca hablar. Es algo acordado previamente). ¿Sabe, señor abogado? Igual que las pelotas de goma. Se les da un golpecito, y vuelven a la mano…

Tinina.- Además, como si alguien lo lanzara con más fuerza, mi dedalito salió despedido de la mosquitera hasta el techo, y luego se fue a estrellar contra el suelo. ¡Abollado!

Mararo’.- ¡Abollado!

Serafino.- ¡Abollado!

Tinina.- Salgo de la cama, toda temblando, para recogerlo y, nada más agacharme, como siempre, desde el techo…

Mararo’.- Risas, risas, risas…

Zummo.- (Se queda pensando con la cabeza baja y las manos tras la espalda, luego se recobra, mira a los ojos a sus tres clientes, se rasca la cabeza con un dedo y con una risita burlona habla). ¡Así que espíritus burlones, eh! Sigan, sigan… Esto me divierte…

Mararo’.- ¿Burlones? ¡Pero cómo que burlones, señor abogado! ¡Espíritus infernales, tendría que decir su señoría! Tirarnos de las mantas de la cama, sentarse en el estómago por la noche, darnos golpecitos en la espalda, cogernos de los brazos; y luego mover todos los muebles, tocar los timbres, como si, ¡Dios nos libre y nos salve!, hubiera un terremoto; envenenarnos la comida echando ceniza en las sartenes y las cacerolas… ¡Y usted les llama burlones! ¡No han podido con ellos ni el cura ni el agua bendita! Fue entonces cuando nos fuimos a hablar con Granella. Le suplicamos que nos liquidara el contrato, que no queríamos morirnos allí de miedo, ¡de terror!... ¿Sabe qué nos dijo ese asesino? “¡Tonterías!” ¡Eso nos dijo! “¿Espíritus?”, se pone, “comed buenos filetes – dice – y se os pasarán los nervios”. Le hemos dicho mil veces que se pase por la casa para que él mismo vea con sus propios ojos y oiga con sus propios oídos. ¡Nada! No ha querido saber nada. ¡Es más, nos ha amenazado!: “¡Cuidadito – dice – con armar jaleo, u os fulmino!”. ¡Así como lo oye!

Serafino.- (Concluye sacudiendo la cabeza amargamente). ¡Y nos ha fulminado! Ahora, señor abogado, nos ponemos en sus manos. Su señoría puede fiarse de nosotros. Somos gente honrada. Pagaremos lo que sea necesario…

Zummo.- (Finge, como de costumbre, no haber oído estas últimas palabras). Señores, comprenderán ustedes que yo no puedo creer en sus espíritus. Alucinaciones… Historias de mujercitas. Veamos ahora el caso, desde el lado jurídico. Ustedes dicen que “han visto”… - ¡no les llamemos espíritus, por favor! -; dicen también que tienen testigos - está bien -; y dicen que vivir en esa casa se había convertido en algo intolerable por culpa de esta especie de persecución… digamos “extraña”… ¡Eso es!... Bien…. Se trata de un caso nuevo y muy llamativo, singular; y me tienta - se lo confieso -. Pero habrá que encontrar en el código algún apoyo. ¿Me explico?… Un fundamento jurídico para la causa. Déjenme ver y estudiar antes de aceptar el caso. Ahora es tarde. Vuelvan mañana y les daré una respuesta. ¿Les parece bien así?

Continuará…