martes, 26 de mayo de 2009

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Las esquirlas del tiempo
Por JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN
El tiempo gotea en este entramado de historias de Luigi Pirandello, impregna la urdimbre de los cinco relatos con su huella indeleble: el pasado envía sus fantasmas a «La casa de Granella» hasta hacerla inhabitable, «El hombre de la flor en la boca» vive su cuenta atrás con rabiosa melancolía, los «Limones de Sicilia» mecen en su fragancia el recuerdo de la edad de la inocencia, el gafe de «El certificado» exhibe su aciago currículo como aval para garantizar el futuro de su familia, y un viajero innominado se convierte en símbolo de lo leve y fugaz de la existencia en «Alguien ha muerto en el hotel».
Un gran reloj invisible se cierne así sobre los personajes y marca con su tictac el ritmo de este montaje. Husmeando en ese gran baúl que son los «Cuentos para un año», Plaza-Asperilla ha elaborado un variopinto fresco de la Italia de principios del siglo XX al que se asoman cerca de cuarenta personajes.
El conjunto está invadido por un humor melancólico y suavemente pesimista, que conjuga el espejo costumbrista y las cosquillas del absurdo. Natalia Menéndez atrapa esa atmósfera en su estupenda puesta en escena, uniendo las diferentes tramas por medio de pequeños detalles y logrando un trabajo que culmina en hermosos momentos de poesía sonámbula, aunque tal vez ceda con alguna frecuencia a la tentación de lo farsesco. Con el apoyo de elementos audiovisuales, Andrea D'Odorico firma un espacio escénico versátil con muy bellas escenas, como la acuática final. La interpretación coral raya a gran altura, pero justo es destacar el gran trabajo de José Luis Patiño, que está sublime tanto en el amargo registro de «El hombre de la flor en la boca» como en el grotesco de «El certificado».

CRÍTICA TEATRO
Enrique Centeno
martes 21 de abril de 2009
Tantas voces


Ha elegido la directora, Natalia Menéndez, historias del libro de Pirandello, Cuentos para un año, en el que se propuso escribir, durante todo un año, una diaria –se quedó en el camino, con casi 250-, enlazando en esta función obras que nos enseñan su mundo y que conocemos bien en esa creación de un nuevo teatro. Lo ha llamado Tantas voces, un precioso titular para los cinco cuentos: La casa de Granella, El hombre de la flor en la boca, Limones de Sicilia, El certificado, y Alguien ha muerto en el hotel. Son páginas de fantasmas realistas con unos personajes que dejan conocer a Pirandello. Bajo su irónico humor, todos los relatos muestran la falsedad, la trampa y el abuso.
Comienza esta función con La casa de Granella, en la que ya reconocemos la injusticia de la legislación. La muerte es otro de los temas que aparece en el segundo título, El hombre de la flor en la boca; un personaje aparentemente jocoso que espera a su guadaña, una presencia en las obras dramáticas de Pirandello. Sueños que dedica también a la locura o la imposibilidad, que se muestran aquí en El certificado, o la frustración y la traición de amores, en los Limones de Sicilia. Es la observación cotidiana con la que el italiano crea relatos, día tras día, con su construcción desconcertante.
Los textos son un caramelo que ha adaptado al teatro Juan Carlos Plaza-Asperilla –una de las piezas, El hombre…, es en el original una brevísima escena teatral; por cierto, vimos el año pasado una representación mediocre, y menos mal que en esta ocasión se hace formidablemente-. Y mucho más aún: el regalo de los magníficos intérpretes. El público llega a interrumpir la función con inevitables aplausos, algo que no es nada frecuente en los estrenos. Hay momentos que permiten una gran lucidez, como a Fidel Almansa y a Jorge Calvo, en ese encuentro donde la flor es el violáceo tumor en la boca, una cercana muerte. Emociona la pérdida de un sueño





enamorado en Los limones de Sicilia, que también tiene un final donde Lola Casamayor -con ella Antonio Zabálburu- consigue una formidable escena. José Luis Patiño obtiene –aquí está el loco-, de nuevo los aplausos. También estupendos el veterano Juan Ribó y la joven Lara Grube.
Son numerosos los personajes que hacen entre los siete actores, ante un decorado de azul mediterráneo, de puertas utilizables vivamente para los juegos; un fondo con la efectividad y el riesgo de la inundación en Alguien ha muerto en el hotel. Lo hace genialmente el gran escenógrafo D’Odorico; cómo no recordarle en otro Pirandello que se montó en 1985, Seis personajes en busca de autor. Juan Gómez Cornejo, el iluminador, le ayuda en este estupendo trabajo.
Responsable de esta puesta en escena, Natalia Menéndez ha mostrado inteligencia en sus ritmos, aprovechando la calidad de actores, y trasladando cada escena al mundo humorístico, dramático y burlador en esta obra. Es, sin duda, el perfecto montaje que ha conseguido la directora.

Enrique Centeno