miércoles, 21 de enero de 2009

lunes, 19 de enero de 2009

CONTINUACIÓN DE LA ENTRADA ANTERIOR

ESCENA QUINTA

(Agrigento. Semanas después. Septiembre.
La sentencia del juicio).

Sebastiano leonetti, juez



Juez Leonetti.- (Lee). «El presente Egregio Tribunal del Reino de Italia, con fecha 17 de septiembre de 1910, sentencia que:
Habiendo sido desestimadas las alegaciones presentadas por el excelentísimo abogado defensor, Don Vittorio Zummo, en las que se afirma la existencia de espíritus en la propiedad denominada “Casa de Granella; y al considerar del todo inciertas y no probadas las teorías de los fenómenos llamados espiritistas: se condena al demandado, Don Serafino Piccirilli, a pagar daños y perjuicios al demandante Don Gàspare Granella, por el delito de difamación. De igual modo, este Egregio Tribunal condena al demandado a pagar los gastos y costas del presente juicio. Así por esta mi sentencia, lo pronuncio, mando y firmo, y para que conste expido la presente en Agrigento a 17 de septiembre de 1910.
Excelentísimo Señor Juez Don Sebastiano Leonetti».

(El público desaprueba unánimemente la sentencia. Zummo clama contra el tribunal con indignación. La multitud aplaude a los Piccirilli. Gritos e insultos contra Granella).



ESCENA SEXTA

(Calle de Agrigento. Días después del juicio).

Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina


(La casa de Granella se alza en el barrio más alto de Agrigento.
Han pasado algunos días desde la sentencia. Los vecinos agrigentinos siguen recordando el juicio. También hablan de las reformas que está efectuando Granella en su propiedad con el fin de alquilarla. A pesar de que los Piccirilli han perdido el pleito, todo el mundo sigue creyendo en la existencia de espíritus en aquella casa. Los vecinos Alfio y Accursio recuerdan el día del juicio. Luego encuentran a la vieja Filomena que les cuenta las últimas novedades de Granella).

Alfio.- ¡Pero sí, sííííí, claro que dijo que la casa estaba poseída! ¡Pero lo hizo sin convicción, sin ganas!

Accursio.- ¡Eh, así no se defiende un caso! ¡Y mira que el abogado Zummo habla bien, eh!

Alfio.- ¡Pero lo viste! ¡Lo viste! ¡Dejó asombrado a los jueces, al público, a todos!

Accursio.- ¡No hacía más que hablar de este padre del espiritismo!

Alfio.- ¡Kardec!

Accursio.- ¡Justo: Kardec! Decía que era un “nuevo Mesías”… ¡Grandes palabras, eh!

Alfio.- (Recordando las palabras del abogado Zummo). ¡“El espiritismo es la religión de la nueva humanidad”!

Accursio.- Dijo “religión” y todos se callaron. Ni una mosca se oía…

Alfio.- “¡La ciencia no lo explica todo!”

Accursio.- ¡Con la boca abierta, se quedó todo el mundo! ¡Grande este abogado, eh! ¡Grande!...

Alfio.- ¡Eh sí, tan grande que el caso lo ha perdido!... Los Piccirilli tienen que pagar a Granella…

Accursio.- ¡Este Granella es un desgraciado!

Alfio.- Pero ahí le tienes... ¡Hinchado como un pavo! (Repitiendo lo que Granella dice por todas las calles de Agrigento). “¡Me han hecho justicia! ¡Justicia! ¡Esos imbéciles me tendrán que indemnizar!”... Y venga a reírse… (Por la calle Atenea de Agrigento se ve subir a Filomena hacia el Barrio Alto). Mira, mira quien viene, por ahí, la Filomena….

Accursio.- ¡Buenos días Filomena!

Alfio.- Cansa la cuesta, eh…

filomena.- A mi edad qué quieres, hijo…

Accursio.- ¿Sabe que esta noche el Granella se va a dormir solo a la casa?

filomena.- ¡Todo el pueblo lo sabe! ¡No hace más que gritarlo por todas partes!

Alfio.- Me han dicho que ha dejado como nueva la casa.

filomena.- Eso dicen. Los que han ido a visitarla. ¡Yo ni loca!

Alfio.- ¿Y qué ha hecho?

filomena.- ¡Uhhh! De todo… ¡Pero nadie se la quiere alquilar!

Accursio.- ¡Imagínate, con esos espíritus!

filomena.- ¡Dicen que está que rabia!

Alfio.- Pierde dinero…

filomena.- Por eso esta noche se va a allí. Se ha llevado cuatro cosas: una cama, cuatro sillas y poco más… ¡Pero a mí no me la da! Tiene miedo

Accursio.- ¿Y cómo lo sabe?

filomena.- ¡Que cómo lo sé! ¡Pero si le han visto con dos pistolones que parece un bandido! Todo el barrio lo ha visto… ¡Lo que ha hecho contra los Piccirilli es un crimen! Es “un asesino” como dice la Mararo’… En fin, hijos míos, os dejo que todavía me queda cuesta…

Accursio.- Adiós Filomena. Y no se me canse…

Alfio.- ¡Adiós!

filomena.- Adiós, adiós…



ESCENA SÉPTIMA

(Casa de Granella. Exterior / Interior).

Granella, arrendatario
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina


(Granella en la casa vacía. Cierra la puerta de su habitación y echa el pestillo. Se asfixia de calor y abre un poco el balcón... Hace la cama… Le parece como si alguien llamara a la puerta. Se le ponen los pelos de punta... Se saca del cinto una de las pistolas, abre la puerta y grita).

Granella.- ¿Quién hay ahí?

(Retumba sombríamente el vozarrón en las vacías habitaciones. Y aquel retumbo hace retroceder a Granella. Pero inmediatamente se recobra. Adelanta el brazo con la pistola empuñada. Espera un rato, luego se pone a inspeccionar desde el umbral de la habitación de al lado donde hay una escalera de mano, apoyada contra la pared opuesta. Vuelve a entrar en el dormitorio. Coge una silla y se sienta en el balcón al fresco. Y de repente una sombra que vuela y un chillido de murciélago: ¡Zri!...)

Granella.- ¡Maldito murciélago!... (Ríe).

(Llega hasta sus oídos desde la habitación un crujido. Reconoce también enseguida que ese crujido es el de un espíritu)

Granella.- (Ríe). ¡Espíritus! ¡Espíritus!...

(Al volverse ve una lengua descomunal, blanca a lo largo del suelo).

Granella.- (Aterrorizado). ¡Dios, Dios, Dios!...

(Cierra con furia el balcón. Coge el sombrero, la vela, y se va. Tira de sí del portón y, pegado a la pared, sale a escape perdiéndose en la oscuridad. Cree Granella que nadie se ha percatado de su fuga. Pero en aquel almacén de enfrente de la casa, Alfio le ha visto salir lleno de miedo y de cautela, y también volver con las primeras luces del día. Impresionado por el hecho y por aquel extraño proceder, Alfio, esa misma mañana, comenta lo que ha visto con la vecindad, con Accursio y con Filomena…)



ESCENA OCTAVA

(Despacho del abogado Zummo. Esa misma mañana)

Zummo, abogado
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino


(Zummo recibe exultante la noticia de la huída de Granella comunicada por Alfio y Accursio).

Alfio.- …Salió muerto de miedo y no ha vuelto a la casa hasta hoy por la mañana.

Accursio.- ¡Ese Granella ha visto los espíritus!…

Zummo.- (Con ojos que echan fuego). ¡Lo predije! ¡Os juro señores que lo predije!... ¡Haré que los Piccirilli apelen, y me valdré del testimonio del mismo Granella!... ¡Ahora nos toca a nosotros!... ¡Todos de acuerdo, eh, señores!

Alfio.- ¡Sí, sí, señor abogado!

Accursio.- Haremos lo que usted diga…

Zummo.- (Excitado). ¡Es fácil, es fácil! Esta noche nos esconderemos en el almacén de enfrente y cuando salga asustado le sorprenderemos. ¡Pero calladitos, eh! ¡No digáis nada a nadie! ¡Nada! ¡Juradlo!

Alfio y Accursio.- ¡Lo juramos!



ESCENA NOVENA

(Casa de Granella. Exterior. Por la noche)

Granella, arrendatario
Zummo, abogado
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Otros vecinos


(Por la noche, poco después de las once, Zummo, Alfio y Accursio sorprenden a Granella. Mayor satisfacción que ésta, no ha tenido en toda su vida el abogado Zummo. El propietario de la casa, Granella, sale descalzo por el portal de su casa, precisamente descalzo, esa noche, en mangas de camisa, con los zapatos y la chaqueta en una mano, mientras que con la otra sostiene contra su barriga los pantalones que, vencido por el terror, no ha conseguido abotonarse. Alfio y Accursio se abalanzan encima, saliendo de la sombra, como tigres.

Alfio.- (Burlándose). ¡Buen paseo, Granella!

Accursio.- (Riéndose). ¿Adónde vas a estas horas, eh?

(Al pobre hombre, viendo que todos los allí apostados se parten de risa, se le caen los zapatos de la mano, primero uno y luego el otro; y se queda, con la espalda apoyada contra la pared, humillado y atónito.

Zummo.- (Colérico, mientras le sacude por la pechera). ¿Crees ahora, imbécil, en el alma inmortal? La justicia te dio la razón. Pero ahora tú has abierto los ojos. ¿Qué has visto? ¡Habla! ¡Habla!... (Granella tiembla de pies a cabeza, llora sin conseguir articular palabra).

FIN

lunes, 12 de enero de 2009


CONTINUACIÓN DE LA ENTRADA ANTERIOR

ESCENA TERCERA

(Despacho del abogado Zummo. Días después.)

Zummo, abogado
Eligio, pasante
Cammaroto, juez amigo


(El abogado Zummo camina inquieto cavilando en su despacho. Desde el día de su encuentro con la familia Piccirilli, no ha dejado de pensar en los espíritus. No cree en ellos, pero algo en su interior le hace dudar. De repente se mira frente al gran espejo y cómo es habitual en él reflexiona con su propia imagen).

Zummo.- ¡Ah, ahí estás mi querido abogado Zummo!... ¡Espíritus!... ¡Eh! ¿Quién te lo iba a decir, mmm?... El alma… ¡El alma inmortal!... ¿Tú crees en los espíritus, abogado? Date cuenta que para creer en los espíritus hay que creer en la inmortalidad del alma… ¡Uhhhhh! ¡La inmortalidad del alma!... ¡Palabras mayores, eh!... Bien, bien, bien… ¿Tú crees o no, eh?... Yo digo que no… No… Nunca he creído… Pero no estaría mal pensar un poco en todo esto… ¡Por ejemplo!: Se muere un amigo y ¿qué ocurre?... Que nos paramos ahí: en su muerte. No nos atrevemos a ir más allá… Preferimos mirar atrás y pensar en su vida… ¿Y la ciencia?... ¿Qué me dices de la ciencia, eh? Tampoco ella quiere ir más allá…“¡Preocupaos por vivir! - dice - Tú abogado haz de abogado. Tú ingeniero haz de ingeniero. Y uno hace de abogado, el otro de ingeniero… Pero ¿y el alma inmortal, eh?, ¿y los espíritus?, ¿qué hacen?... (Golpea el espejo). Llaman a la puerta del estudio: “Eh, señor abogado, que nosotros también estamos… Que queremos ver su código civil… ¿Qué ocurre? ¿Es que la gente racional no se quiere ocupar de nosotros? ¿No queréis ocuparos de la muerte? Pues mire usted, señor abogado, aquí estamos, venimos del más allá y llamamos a la puerta de los vivos… Sí, sí, sí… Estamos aquí para reímos a carcajadas dentro de los armarios, para hacer girar las sillas y aterrar a la gente. (Señala el espejo). Y también para poner en aprietos a un abogado culto. ¡E incluso a un a tribunal! Sí, un tribunal que además tendrá que emitir una sentencia novedosa sobre nosotros… ¡Los espíritus!...”

(Llaman a la puerta. Zummo se sobresalta. Es el pasante Eligio que le avisa de la llegada del juez Cammaroto).

Eligio.- Permiso, señor abogado, el juez Cammaroto está aquí…

Zummo.- (Sobreponiéndose). ¡Ah, sí!, que pase, que pase…

Cammaroto.- (Sale Eligio, entra Cammaroto con su código civil. Saludos). ¡Buenas tardes, querido amigo!

Zummo.- ¡Ah, mi queridísimo juez!, No sabes cómo te agradezco que hayas venido…

Cammaroto.- He estado consultando el código civil… Ese asunto que me preguntaste del arrendamiento... Creo que hay dos artículos…

Zummo.- (Se acerca hacia el estante y coge su código civil marcado en una página. Sin duda debe haberlo consultado). ¡Ah!, sí, sí justo, justo, aquí lo tengo… El.1.575

Cammaroto.- (Abre el código). ¡Exacto! ¡Y el 1.577!…

Zummo.- (Excitado). Sí, sí, sí… ¡Coincidimos! ¡Coincidimos!.. ¡1575!: (lee). “El arrendador está obligado a… bla bla bla… Primero: a entregar al arrendatario la cosa arrendada. Segundo: a mantenerla en buen estado, etc., etc.; y tercero: a garantizar el disfrute pa-cí-fi-co…”

Cammaroto.- ¡Eso es!... Y el 1.577… (Lee): “El arrendatario debe estar asegurado contra todos los defectos o desperfectos de la casa…

(Llaman de a la puerta del despacho. Es de nuevo el pasante, Eligio).

Eligio.- Disculpe, señor abogado, el Señor Serafino Piccirilli y su hija están aquí, ¿qué les digo?

Zummo.- (Molesto). Dígales que no puedo atenderles…, que estoy estudiando su caso… ¡Que no me distraigan, por Dios!... Cuando sepa algo ya les mandaré llamar…

Eligio.- Muy bien, señor abogado. (Sale y cierra la puerta del despacho).

Cammaroto.- (Con cierta curiosidad). ¡Ah! ¿Entonces son los Piccirilli por lo que preguntabas todo esto?... ¿Es por lo de la casa de Granella?...

Zummo.- (No queriendo entrar en detalles). ¡Eh, sí, sí! ¡No sé! Un caso nuevo, distinto... Pero no estoy seguro… No estoy seguro…

Cammaroto.- (Mirando los libros de espiritismo). ¡Y esto! (Coge un libro y lee el título). “Historia del espiritismo. Desde los orígenes, hasta nuestros días”…

Zummo.- (Molesto). Investigo. Leo, así… Me informo…

Cammaroto.- (Coge otro libro de la mesa). ¿Y éste?... (Lee). ¡“El faquirismo”! (Se ríe burlándose).

Zummo.- (Molesto). No tiene ningún interés…

Cammaroto.- (Asombrado). ¡No creerás en los espíritus!

Zummo.- ¡Yo! ¡No, por Dios! ¡No!...

Cammaroto.- (Se levanta). En fin, sea lo que sea, espero haberte ayudado. Ahora tengo que irme… Que tengas muy buena tarde… (Bromeando). Y cuidado con los espíritus, eh…

Zummo.- Adiós, adiós…

(Sale el juez Cammaroto. El juez Zummo de nuevo vuelve a hablar consigo mismo).

¿Lo ves, abogado? ¡Se ríen de los espíritus!… ¡Pero cómo pueden reírse!... Si es el problema de la muerte… ¿Puede el alma de un difunto volver aquí y estrecharte la mano? ¿Eh?... ¿Qué te diría? “Zummo, tranquilo, no te preocupes por esta vida terrena. Existe otra vida”… ¡Pero espera, espera, espera...! ¿Y si uno de esos tres es un médium?... ¡Claro! ¡Uno de ellos es médium y no lo sabe!… ¡Pero entonces en la casa nueva, tendría que haber espíritus y no los hay!... Sólo los hay en la casa de Granella… Y, ah, ah, ah… (Señalando con el índice la imagen del espejo y en tono de advertencia y preocupación), si hay un médium, mi querido abogado, el proceso se viene abajo… Todo. La culpa no sería de la casa… ¡Basta, basta, da igual! Hay que demostrar si uno de ellos es médium. (Abre la puerta del despacho y llama Eligio)… Eligio, tenga la bondad…

Eligio.- Sí, señor abogado.

Zummo.- Mande a alguien a casa de los Piccirilli y que les diga que mañana pasaré a verles. Es urgente.

Eligio.- Muy bien, señor abogado…



ESCENA CUARTA

(Nueva casa de los Piccirilli. Sesión de espiritismo).

Zummo, abogado
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija


(Mesa en el salón de la nueva casa de los Piccirilli. Los cuatro con las manos extendidas y rozándose con los meñiques).

Tinina.- (Contrariada). ¿Pero de verdad que es necesario?

Zummo.- ¡Imprescindible!

Mararo’.- ¿Y esto no irá contra Dios?

Zummo.- ¡No señora! ¡No! Son pruebas de la existencia del más allá, del alma inmortal…

Serafino.- Nosotros, señor abogado, somos creyentes…

Zummo.- Justo, justo, crean, crean…

Serafino.- Pero, pero y los; y los demonios…

Mararo’.- (Llevándose la mano al pecho y con un escalofrío). Sssssssssss… Los demonios, ¡eso no!, ¡eso no, por Dios!…

Tinina.- (Asustada.) Los de… mo… nios…

Zummo.- ¡Señores, es necesario para el pleito! ¡Imprescindible! Sin esta prueba, no hay pleito…

Mararo’.- Pero…

Serafino.- (A Mararo’). Chssssssss, déjame hablar… (A Zummo) No, no es algo que nos agrade, señor abogado…, pero… si usted considera…

Zummo.- (Impaciente.) ¡Sí, sí, claro que lo considero!... (Indicando que pongan las manos sobre la mesa). ¡Las manos! ¡Las manos! ¡Empecemos ya!...

(Todos se disponen, de nuevo con las manos extendidas sobre la mesa y rozándose con los meñiques).

Recuerden, dos golpes querrá decir “sí”. Tres “no”… Es la base de la Tiptológia…

Mararo’.- (Pronuncia de forma errónea) ¿‘Titología’?

Zummo.- ¡Tiptología!... Y silencio… Silencio… Concentrémonos…

(Comienza la sesión. Semioscuridad. De forma extraña, Tinina va cayendo en trance, en un estado alterado de conciencia, un estado inconsciente parecido al del sueño hipnótico. Todos se sorprenden, incluido el abogado Zummo, que a pesar de todo, y excitado ante los poderes mediúmnicos de Tinina, invoca al espíritu).

Zummo.- (Ante el amago de Mararo’ de retirar las manos).

¡No rompan la cadena! ¡No la rompan!... Chsssssss… ¿Estás ahí?

(Se oyen dos golpes. Todos se espeluznan. Zummo, a pesar de estar estremecido se halla en un estado de excitación intelectual. Tinina aumenta su estado de trance mediúmnico)…

¡Está, está!…

(Mararo’ se encuentra al borde del desmayo).

(A Mararo’). Chsssssss… Chsssssss… (Al espíritu). ¿Puedes materializarte?...

(De nuevo se oyen dos golpes. Y poco después comienza a salir una materia amorfa y sin definir de las manos de Tinina que ha levantado suavemente sus brazos abandonando la cadena mediúmnica para dar forma a un “ectoplasma”, que se eleva por la habitación. Todos están horripilados. Zummo, a pesar del terror está entusiasmado).

¡Un ectoplasma!...

Mararo’.- (Se levanta aterrorizada). ¡Basta! ¡Basta! Luz, luz… (Mararo’ enciende la luz. El ectoplasma se diluye penetrando de nuevo en las manos de Tinina que ha quedado como desmayada en su asiento. Serafino intenta reanimarla. Mararo’ acude en su ayuda)…

Serafino.- (Reanimando a Tinina). Tinina, Tinina, despierta…

Mararo’.- Hija mía, despierta, despierta… (Tinina va saliendo del trance).

Zummo.- (Aterrado y dichoso, con los pelos de punta). ¡Es una médium! ¡Una médium!

Serafino.- (Ante esas palabras y temiendo que el pleito se venga abajo). ¡Pero cómo una médium! ¡Pero no, señor abogado! ¡No puede ser!... ¡Perdemos el pleito!

Zummo.- Pero ¿qué les importa eso, señores? Paguen, paguen el juicio. Eso no es nada. ¡Aquí, por Dios, tenemos la revelación del alma inmortal!…

Mararo’.- (Nerviosa, asustada, solícita con su hija y sobrepasada por los acontecimientos). ¡Pero qué alma! ¡Usted está loco!... (A Tinina). Tinina….

Tinina.- (Aún medio dormida). ¿Qué ocurre?

Mararo’.- (Besa a su hija). Tinina, Tinina…

Serafino.- (Suplicante, con tono llorón). ¡Por favor, señor abogado, no diga nada de esto en el juicio!…

Zummo.- ¡Pero no se dan cuenta del descubrimiento!

Serafino.- (Suplicante). ¡No nos traicione, por el amor de Dios!

Mararo’.- ¡Pero qué le cuesta, qué le cuesta callarse, señor abogado!

Zummo.- (Molesto). ¡Está bien, está bien!… No diremos nada de esto. No se preocupen. Diremos que la casa de Granella está poseída…

Serafino.- (Obsequioso). Gracias, señor abogado, mil gracias…

Mararo’.- (Agradecida). Gracias, gracias…
Continuará…

martes, 6 de enero de 2009

TANTAS VOCES… (Los cuentos de Pirandello a escena)

*La casa de Granella
*El hombre de la flor en la boca
*Limones de Sicilia
*El certificado
*Alguien ha muerto en el hotel



Se ofrece en el presente blog la edición de la pieza teatral La casa de Granella (2008) de Juan C. Plaza-Asperilla, dramatización del cuento homónimo de Luigi Pirandello que se publicó en Italia, por primera vez, en los años 1905 y 1910.


La edición de la comedia se efectuará en tres partes:



Día 1º: Escenas I y II
Día 2º: Escenas III y IV
Día 3º: Escenas V, VI, VII, VIII y IX


PRODUCCIONES ANDREA D’ODORICO





LA CASA DE GRANELLA

(Cuento de Luigi Pirandello)


Dramaturgia: Juan C. Plaza Asperilla




PERSONAJES:

Vittorio Zummo, abogado
Eligio, pasante (de pluma)
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija
Cammaroto, juez amigo del abogado Zummo
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina
Gàspare Granella, arrendatario
Sebastiano leonetti, juez

(En la ciudad siciliana de Agrigento. Año 1910 )



ESCENA PRIMERA

(Sala de espera del despacho del abogado Zummo.
Una mañana de agosto. Cuarenta grados).

Eligio (pasante de pluma)
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija
Zummo, abogado


(La familia Piccirilli espera ser recibida por el abogado Zummo. Lo hace con gran parsimonia, sumida en una sombría preocupación secreta. Es ya tarde y no queda nadie en la sala de espera. Serafino, el padre, se inclina y le recuerda algo a su hija).

Serafino.- Tinina, acuérdate del dedal. (Tinina asiente).

(El reloj de péndulo señala ya casi las doce cuando el pasante, viéndoles aún inmóviles como estatuas, les pregunta…)

Eligio.- ¿A qué esperan para entrar?

Serafino.- (Se pone en pie con las dos mujeres). ¡Ah! ¿Podemos?

Eligio.- (Resopla). ¡Pues claro que pueden! ¡Hace rato que hubieran podido hacerlo! Dense prisa porque el abogado come a las doce. Perdonen ¿su nombre?

(Serafino se quita la chistera. Infinitos ríos de sudor brotan del cráneo).

Serafino.- (Se inclina, suspirando su nombre). Serafino Piccirilli. (La familia Piccirilli entra en el bufete del abogado Zummo).



ESCENA SEGUNDA

(Despacho del abogado Zummo. Esa misma mañana de agosto).

Zummo, abogado
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija


(El abogado Zummo cree haber terminado su jornada laboral. Está ordenando los papeles de encima del escritorio para irse, cuando ve delante de él a los tres nuevos y desconocidos clientes).

Zummo.- (De mala gana). ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

Serafino.- (Haciendo una inclinación mas profunda y mirando a la mujer y a la hija para ver cómo hacen la reverencia). Con Serafino Piccirilli.

(Madre e hija hacen bien la reverencia, e instintivamente Serafino les acompaña con el cuerpo repitiendo aquel movimiento de monas amaestradas).

Zummo.- (Abriendo los ojos desorbitadamente ante el espectáculo de aquella mímica). Siéntense, siéntense… Es tarde… Tengo que irme…

(Los tres se sientan inmediatamente delante del escritorio).

Serafino.- Mire usted, señor abogado…

Tinina.- (Al mismo tiempo que el padre). Hemos venido…

Mararo’.- (Resoplando, con la vista puesta en el techo). ¡Cosas de otro mundo!

Zummo.- (Hosco). ¡Quieren hablar de uno en uno!… Y por favor, de forma clara y concisa… ¿De qué se trata?

Serafino.- Yo se lo explico, señor abogado. (Traga saliva). Hemos recibido una citación.

Mararo’.- ¡Un asesino, señor abogado!

Tinina.- (Tímidamente para exhortar a la madre a guardar silencio o a hablar con más moderación) ¡Mamá!

Serafino.- ¡Mararo’, por favor, hablo yo, eh!... Hemos recibido una citación, señor abogado. Hemos tenido que dejar la casa en la que vivíamos porque…

Zummo.- (Cortando para abreviar). Ya comprendo. Un desahucio.

Serafino.- (Humildemente). No señor. Al contrario. Hemos pagado siempre el alquiler, puntualmente, por anticipado. Hemos sido nosotros los que nos hemos ido. Es más, lo hemos hecho en contra de la voluntad del propietario. Y el propietario ahora nos exige respetar ese contrato de alquiler. ¡Y no sólo! También quiere que le paguemos daños y perjuicios. Dice que le hemos dado mala fama a su casa…

Zummo.- (Molesto). ¿Cómo, cómo? (Mirando a la mujer). Han sido ustedes los que se han ido; Han dado mala fama a su casa, y el propietario… ¡No entiendo nada!... ¡Vamos a hablar claro, señores! El abogado es como el confesor. ¿Comercio ilegal, verdad?

Serafino.- (Apresurado y llevándose las manos al pecho). ¡No señor! ¿Qué comercio? ¡No hay ningún comercio! ¡Nosotros no somos comerciantes! Sólo mi mujer da alguna cosita…, así…, un pequeño préstamo, pero a un interés…

Zummo.- Legal. ¡He comprendido!

Serafino.- Créalo, sí señor, permitido hasta por la Santa Madre Iglesia… Pero esto no tiene nada que ver. Granella - el propietario de la casa - dice que le hemos dado mala fama a la casa. ¡En tres meses, en esa maldita casa nos ha pasado de todo, señor abogado! ¡Me entran… me entran escalofríos de sólo pensarlo…!

Mararo’.- (Se pone en pie, primero levantando los brazos, luego persignándose con la mano llena de anillos. Con un formidable suspiro). ¡Ay, Señor, salva y libra a todas las criaturas de la tierra!

Tinina.- (Cabizbaja y con los labios apretados). Una persecución… (A la madre) Siéntate, mamá.

Serafino.- ¡Perseguidos, sí señor!... (A la mujer). ¡Siéntate, Mararo’!... (A Zummo). ‘Perseguidos’, esa es la palabra. Hemos sido perseguidos a muerte durante tres meses, en esa casa….

Zummo.- (Gritando, perdiendo la paciencia). ¿Perseguidos por quién?

Serafino.- (En voz baja, inclinándose hacia el escritorio y poniéndose una mano junto a la boca mientras con la otra impone silencio a las dos mujeres). (A las mujeres). ¡Chsssssss…! (A Zummo). ¡Por los espíritus, señor abogado!

Zummo.- (Creyendo haber oído mal). ¿Por quién?

Mararo’.- (Reafirmándose en voz alta, con valentía. La mujer agitando las manos en el aire). ¡Por los espíritus, sí señor!

Zummo.- (Poniéndose de pie de golpe, hecho una furia) ¡Pero qué broma es ésta! ¡No me hagan reír! ¿Perseguidos por los espíritus?... Miren, señores, yo me tengo que ir a comer…

Familia Piccirilli.- (Se levantan, le rodean para retenerle, y empiezan a hablarle todos a la vez, suplicantes).

Serafino.- ¡Sí señor, sí, señor! ¿No nos cree, su señoría?...
Tinina.- Pero escúchenos, por favor…
Mararo’.- ¡Espíritus, espíritus infernales! Los hemos visto con nuestros propios ojos…
Serafino.- ¡Visto y oído!...
Mararo’.- ¡Nos han martirizado, tres meses!...

Zummo.- (Agitándose de rabia). ¡Que se vayan, les digo! ¡Esto son locuras! ¿Para eso han venido a verme? ¡Al manicomio! ¡Al manicomio es donde tendrían que haber ido, señores!

Serafino.- (Gimiendo con las manos juntas). ¡Pero si nos han demandado!

Zummo.- (Gritándole a la cara). ¡Y muy bien que han hecho!

Mararo’.- (Entrometiéndose y haciendo a un lado a todos). ¡Pero ¿qué dice usted, señor abogado?! ¡Es ésta la ayuda que su señoría presta a la gente pobre y perseguida! ¡Ay, Señor! ¡Su señoría habla así, porque no ha visto lo que nosotros hemos visto! ¡Hay, puede usted creerlo, hay espíritus! ¡Los hay! ¡Y nadie mejor que nosotros lo sabe! ¡Cómo no vamos a saberlo!

Zummo.- (Con una sonrisa burlona). ¿Ustedes los han visto?

Serafino.- (Rápido, sin ser preguntado. Señalándose con el índice los ojos). ¡Sí señor, con mis propios ojos!

Tinina.- (Con el mismo gesto). Y yo también, con los míos…

Zummo.- (Sin poder evitar un reproche sarcástico con los índices tendidos hacia los ojos estrábicos del padre y de la hija). ¡Sí claro, con esos ojos, seguro!

Mararo’.- (Salta gritando, dándose un furioso manotazo en el pecho y abriendo de par en par sus ojazos). ¡Yo también los he visto, sabe!

Zummo.- (Irónico). ¿Ah, sí?...

Mararo’.- (Suspira). ¡Está bien! Ya veo que su señoría no nos cree. Pero tenemos un montón de testigos, sabe. Todo el vecindario podría venir a declarar…

Zummo.- (Frunce el entrecejo molesto). ¿Testigos que han visto?

Mararo’.- ¡Visto y oído; sí señor!

Zummo.- (Enojado). Pero ¿visto… qué, por ejemplo?

Mararo’.- Por ejemplo, moverse sillas, sin que nadie las toque…

Zummo.- ¿Sillas?

Mararo’.- Sí, señor. Como esa silla de allí, ponerse a hacer cabriolas por el cuarto, como hacen los chiquillos en la calle; y luego, por ejemplo… ¿qué le diría yo? Un alfiletero, por ejemplo, de terciopelo, en forma de naranja, hecho por mi hija Tinina, volar del cajón contra la cara de mi pobre marido, como lanzado…, como lanzado por una mano invisible. El armario de espejos crujir y temblar entero, como si tuviera convulsiones, y dentro… dentro del armario, señor abogado…- Sssssssss… ¡me entra un escalofrío cada vez que lo pienso! - ¡risas!...

Tinina.- ¡Risas!

Serafino.- ¡Risas!

Mararo’.- (Sin perder el tiempo). Todas estas cosas, señor abogado, las han visto y oído nuestras vecinas, que están dispuestas, como le he dicho, a testificar. ¡Nosotros hemos visto y oído mucho más!

Serafino.- Tinina, el dedal.

Tinina.- (Recobrándose con un suspiro). ¡Ah, sí señor! Yo tenía un dedal de plata, recuerdo de la abuela, que en paz descanse. Lo cuidaba como si fuera la niña de mis ojos. ¡Un día, voy a buscarlo en el bolsillo y no lo encuentro! ¡Me puse a buscarlo por toda la casa y nada! ¡Tres días buscándolo que creía que me iba a volver loca! ¡Nada! Cuando una noche, estando en la cama, debajo de la mosquitera…

Mararo’.- (Interrumpe). ¡Porque también hay mosquitos en esa casa, señor abogado!

Serafino.- (Apoya a la madre, mientras entorna los ojos y sacude la cabeza con desaprobación). ¡Y qué mosquitos!

Tinina.- (Retomando su narración)… Oigo…, oigo que algo golpea arriba en la mosquitera…

Serafino.- (La hace callar con un gesto de la mano. Le toca hablar. Es algo acordado previamente). ¿Sabe, señor abogado? Igual que las pelotas de goma. Se les da un golpecito, y vuelven a la mano…

Tinina.- Además, como si alguien lo lanzara con más fuerza, mi dedalito salió despedido de la mosquitera hasta el techo, y luego se fue a estrellar contra el suelo. ¡Abollado!

Mararo’.- ¡Abollado!

Serafino.- ¡Abollado!

Tinina.- Salgo de la cama, toda temblando, para recogerlo y, nada más agacharme, como siempre, desde el techo…

Mararo’.- Risas, risas, risas…

Zummo.- (Se queda pensando con la cabeza baja y las manos tras la espalda, luego se recobra, mira a los ojos a sus tres clientes, se rasca la cabeza con un dedo y con una risita burlona habla). ¡Así que espíritus burlones, eh! Sigan, sigan… Esto me divierte…

Mararo’.- ¿Burlones? ¡Pero cómo que burlones, señor abogado! ¡Espíritus infernales, tendría que decir su señoría! Tirarnos de las mantas de la cama, sentarse en el estómago por la noche, darnos golpecitos en la espalda, cogernos de los brazos; y luego mover todos los muebles, tocar los timbres, como si, ¡Dios nos libre y nos salve!, hubiera un terremoto; envenenarnos la comida echando ceniza en las sartenes y las cacerolas… ¡Y usted les llama burlones! ¡No han podido con ellos ni el cura ni el agua bendita! Fue entonces cuando nos fuimos a hablar con Granella. Le suplicamos que nos liquidara el contrato, que no queríamos morirnos allí de miedo, ¡de terror!... ¿Sabe qué nos dijo ese asesino? “¡Tonterías!” ¡Eso nos dijo! “¿Espíritus?”, se pone, “comed buenos filetes – dice – y se os pasarán los nervios”. Le hemos dicho mil veces que se pase por la casa para que él mismo vea con sus propios ojos y oiga con sus propios oídos. ¡Nada! No ha querido saber nada. ¡Es más, nos ha amenazado!: “¡Cuidadito – dice – con armar jaleo, u os fulmino!”. ¡Así como lo oye!

Serafino.- (Concluye sacudiendo la cabeza amargamente). ¡Y nos ha fulminado! Ahora, señor abogado, nos ponemos en sus manos. Su señoría puede fiarse de nosotros. Somos gente honrada. Pagaremos lo que sea necesario…

Zummo.- (Finge, como de costumbre, no haber oído estas últimas palabras). Señores, comprenderán ustedes que yo no puedo creer en sus espíritus. Alucinaciones… Historias de mujercitas. Veamos ahora el caso, desde el lado jurídico. Ustedes dicen que “han visto”… - ¡no les llamemos espíritus, por favor! -; dicen también que tienen testigos - está bien -; y dicen que vivir en esa casa se había convertido en algo intolerable por culpa de esta especie de persecución… digamos “extraña”… ¡Eso es!... Bien…. Se trata de un caso nuevo y muy llamativo, singular; y me tienta - se lo confieso -. Pero habrá que encontrar en el código algún apoyo. ¿Me explico?… Un fundamento jurídico para la causa. Déjenme ver y estudiar antes de aceptar el caso. Ahora es tarde. Vuelvan mañana y les daré una respuesta. ¿Les parece bien así?

Continuará…