martes, 6 de enero de 2009

TANTAS VOCES… (Los cuentos de Pirandello a escena)

*La casa de Granella
*El hombre de la flor en la boca
*Limones de Sicilia
*El certificado
*Alguien ha muerto en el hotel



Se ofrece en el presente blog la edición de la pieza teatral La casa de Granella (2008) de Juan C. Plaza-Asperilla, dramatización del cuento homónimo de Luigi Pirandello que se publicó en Italia, por primera vez, en los años 1905 y 1910.


La edición de la comedia se efectuará en tres partes:



Día 1º: Escenas I y II
Día 2º: Escenas III y IV
Día 3º: Escenas V, VI, VII, VIII y IX


PRODUCCIONES ANDREA D’ODORICO





LA CASA DE GRANELLA

(Cuento de Luigi Pirandello)


Dramaturgia: Juan C. Plaza Asperilla




PERSONAJES:

Vittorio Zummo, abogado
Eligio, pasante (de pluma)
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija
Cammaroto, juez amigo del abogado Zummo
Alfio, vecino agrigentino
Accursio, vecino agrigentino
Filomena, vieja vecina agrigentina
Gàspare Granella, arrendatario
Sebastiano leonetti, juez

(En la ciudad siciliana de Agrigento. Año 1910 )



ESCENA PRIMERA

(Sala de espera del despacho del abogado Zummo.
Una mañana de agosto. Cuarenta grados).

Eligio (pasante de pluma)
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija
Zummo, abogado


(La familia Piccirilli espera ser recibida por el abogado Zummo. Lo hace con gran parsimonia, sumida en una sombría preocupación secreta. Es ya tarde y no queda nadie en la sala de espera. Serafino, el padre, se inclina y le recuerda algo a su hija).

Serafino.- Tinina, acuérdate del dedal. (Tinina asiente).

(El reloj de péndulo señala ya casi las doce cuando el pasante, viéndoles aún inmóviles como estatuas, les pregunta…)

Eligio.- ¿A qué esperan para entrar?

Serafino.- (Se pone en pie con las dos mujeres). ¡Ah! ¿Podemos?

Eligio.- (Resopla). ¡Pues claro que pueden! ¡Hace rato que hubieran podido hacerlo! Dense prisa porque el abogado come a las doce. Perdonen ¿su nombre?

(Serafino se quita la chistera. Infinitos ríos de sudor brotan del cráneo).

Serafino.- (Se inclina, suspirando su nombre). Serafino Piccirilli. (La familia Piccirilli entra en el bufete del abogado Zummo).



ESCENA SEGUNDA

(Despacho del abogado Zummo. Esa misma mañana de agosto).

Zummo, abogado
Serafino Piccirilli, padre
Mara Rosa (Mararo’), madre
Tinina, hija


(El abogado Zummo cree haber terminado su jornada laboral. Está ordenando los papeles de encima del escritorio para irse, cuando ve delante de él a los tres nuevos y desconocidos clientes).

Zummo.- (De mala gana). ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

Serafino.- (Haciendo una inclinación mas profunda y mirando a la mujer y a la hija para ver cómo hacen la reverencia). Con Serafino Piccirilli.

(Madre e hija hacen bien la reverencia, e instintivamente Serafino les acompaña con el cuerpo repitiendo aquel movimiento de monas amaestradas).

Zummo.- (Abriendo los ojos desorbitadamente ante el espectáculo de aquella mímica). Siéntense, siéntense… Es tarde… Tengo que irme…

(Los tres se sientan inmediatamente delante del escritorio).

Serafino.- Mire usted, señor abogado…

Tinina.- (Al mismo tiempo que el padre). Hemos venido…

Mararo’.- (Resoplando, con la vista puesta en el techo). ¡Cosas de otro mundo!

Zummo.- (Hosco). ¡Quieren hablar de uno en uno!… Y por favor, de forma clara y concisa… ¿De qué se trata?

Serafino.- Yo se lo explico, señor abogado. (Traga saliva). Hemos recibido una citación.

Mararo’.- ¡Un asesino, señor abogado!

Tinina.- (Tímidamente para exhortar a la madre a guardar silencio o a hablar con más moderación) ¡Mamá!

Serafino.- ¡Mararo’, por favor, hablo yo, eh!... Hemos recibido una citación, señor abogado. Hemos tenido que dejar la casa en la que vivíamos porque…

Zummo.- (Cortando para abreviar). Ya comprendo. Un desahucio.

Serafino.- (Humildemente). No señor. Al contrario. Hemos pagado siempre el alquiler, puntualmente, por anticipado. Hemos sido nosotros los que nos hemos ido. Es más, lo hemos hecho en contra de la voluntad del propietario. Y el propietario ahora nos exige respetar ese contrato de alquiler. ¡Y no sólo! También quiere que le paguemos daños y perjuicios. Dice que le hemos dado mala fama a su casa…

Zummo.- (Molesto). ¿Cómo, cómo? (Mirando a la mujer). Han sido ustedes los que se han ido; Han dado mala fama a su casa, y el propietario… ¡No entiendo nada!... ¡Vamos a hablar claro, señores! El abogado es como el confesor. ¿Comercio ilegal, verdad?

Serafino.- (Apresurado y llevándose las manos al pecho). ¡No señor! ¿Qué comercio? ¡No hay ningún comercio! ¡Nosotros no somos comerciantes! Sólo mi mujer da alguna cosita…, así…, un pequeño préstamo, pero a un interés…

Zummo.- Legal. ¡He comprendido!

Serafino.- Créalo, sí señor, permitido hasta por la Santa Madre Iglesia… Pero esto no tiene nada que ver. Granella - el propietario de la casa - dice que le hemos dado mala fama a la casa. ¡En tres meses, en esa maldita casa nos ha pasado de todo, señor abogado! ¡Me entran… me entran escalofríos de sólo pensarlo…!

Mararo’.- (Se pone en pie, primero levantando los brazos, luego persignándose con la mano llena de anillos. Con un formidable suspiro). ¡Ay, Señor, salva y libra a todas las criaturas de la tierra!

Tinina.- (Cabizbaja y con los labios apretados). Una persecución… (A la madre) Siéntate, mamá.

Serafino.- ¡Perseguidos, sí señor!... (A la mujer). ¡Siéntate, Mararo’!... (A Zummo). ‘Perseguidos’, esa es la palabra. Hemos sido perseguidos a muerte durante tres meses, en esa casa….

Zummo.- (Gritando, perdiendo la paciencia). ¿Perseguidos por quién?

Serafino.- (En voz baja, inclinándose hacia el escritorio y poniéndose una mano junto a la boca mientras con la otra impone silencio a las dos mujeres). (A las mujeres). ¡Chsssssss…! (A Zummo). ¡Por los espíritus, señor abogado!

Zummo.- (Creyendo haber oído mal). ¿Por quién?

Mararo’.- (Reafirmándose en voz alta, con valentía. La mujer agitando las manos en el aire). ¡Por los espíritus, sí señor!

Zummo.- (Poniéndose de pie de golpe, hecho una furia) ¡Pero qué broma es ésta! ¡No me hagan reír! ¿Perseguidos por los espíritus?... Miren, señores, yo me tengo que ir a comer…

Familia Piccirilli.- (Se levantan, le rodean para retenerle, y empiezan a hablarle todos a la vez, suplicantes).

Serafino.- ¡Sí señor, sí, señor! ¿No nos cree, su señoría?...
Tinina.- Pero escúchenos, por favor…
Mararo’.- ¡Espíritus, espíritus infernales! Los hemos visto con nuestros propios ojos…
Serafino.- ¡Visto y oído!...
Mararo’.- ¡Nos han martirizado, tres meses!...

Zummo.- (Agitándose de rabia). ¡Que se vayan, les digo! ¡Esto son locuras! ¿Para eso han venido a verme? ¡Al manicomio! ¡Al manicomio es donde tendrían que haber ido, señores!

Serafino.- (Gimiendo con las manos juntas). ¡Pero si nos han demandado!

Zummo.- (Gritándole a la cara). ¡Y muy bien que han hecho!

Mararo’.- (Entrometiéndose y haciendo a un lado a todos). ¡Pero ¿qué dice usted, señor abogado?! ¡Es ésta la ayuda que su señoría presta a la gente pobre y perseguida! ¡Ay, Señor! ¡Su señoría habla así, porque no ha visto lo que nosotros hemos visto! ¡Hay, puede usted creerlo, hay espíritus! ¡Los hay! ¡Y nadie mejor que nosotros lo sabe! ¡Cómo no vamos a saberlo!

Zummo.- (Con una sonrisa burlona). ¿Ustedes los han visto?

Serafino.- (Rápido, sin ser preguntado. Señalándose con el índice los ojos). ¡Sí señor, con mis propios ojos!

Tinina.- (Con el mismo gesto). Y yo también, con los míos…

Zummo.- (Sin poder evitar un reproche sarcástico con los índices tendidos hacia los ojos estrábicos del padre y de la hija). ¡Sí claro, con esos ojos, seguro!

Mararo’.- (Salta gritando, dándose un furioso manotazo en el pecho y abriendo de par en par sus ojazos). ¡Yo también los he visto, sabe!

Zummo.- (Irónico). ¿Ah, sí?...

Mararo’.- (Suspira). ¡Está bien! Ya veo que su señoría no nos cree. Pero tenemos un montón de testigos, sabe. Todo el vecindario podría venir a declarar…

Zummo.- (Frunce el entrecejo molesto). ¿Testigos que han visto?

Mararo’.- ¡Visto y oído; sí señor!

Zummo.- (Enojado). Pero ¿visto… qué, por ejemplo?

Mararo’.- Por ejemplo, moverse sillas, sin que nadie las toque…

Zummo.- ¿Sillas?

Mararo’.- Sí, señor. Como esa silla de allí, ponerse a hacer cabriolas por el cuarto, como hacen los chiquillos en la calle; y luego, por ejemplo… ¿qué le diría yo? Un alfiletero, por ejemplo, de terciopelo, en forma de naranja, hecho por mi hija Tinina, volar del cajón contra la cara de mi pobre marido, como lanzado…, como lanzado por una mano invisible. El armario de espejos crujir y temblar entero, como si tuviera convulsiones, y dentro… dentro del armario, señor abogado…- Sssssssss… ¡me entra un escalofrío cada vez que lo pienso! - ¡risas!...

Tinina.- ¡Risas!

Serafino.- ¡Risas!

Mararo’.- (Sin perder el tiempo). Todas estas cosas, señor abogado, las han visto y oído nuestras vecinas, que están dispuestas, como le he dicho, a testificar. ¡Nosotros hemos visto y oído mucho más!

Serafino.- Tinina, el dedal.

Tinina.- (Recobrándose con un suspiro). ¡Ah, sí señor! Yo tenía un dedal de plata, recuerdo de la abuela, que en paz descanse. Lo cuidaba como si fuera la niña de mis ojos. ¡Un día, voy a buscarlo en el bolsillo y no lo encuentro! ¡Me puse a buscarlo por toda la casa y nada! ¡Tres días buscándolo que creía que me iba a volver loca! ¡Nada! Cuando una noche, estando en la cama, debajo de la mosquitera…

Mararo’.- (Interrumpe). ¡Porque también hay mosquitos en esa casa, señor abogado!

Serafino.- (Apoya a la madre, mientras entorna los ojos y sacude la cabeza con desaprobación). ¡Y qué mosquitos!

Tinina.- (Retomando su narración)… Oigo…, oigo que algo golpea arriba en la mosquitera…

Serafino.- (La hace callar con un gesto de la mano. Le toca hablar. Es algo acordado previamente). ¿Sabe, señor abogado? Igual que las pelotas de goma. Se les da un golpecito, y vuelven a la mano…

Tinina.- Además, como si alguien lo lanzara con más fuerza, mi dedalito salió despedido de la mosquitera hasta el techo, y luego se fue a estrellar contra el suelo. ¡Abollado!

Mararo’.- ¡Abollado!

Serafino.- ¡Abollado!

Tinina.- Salgo de la cama, toda temblando, para recogerlo y, nada más agacharme, como siempre, desde el techo…

Mararo’.- Risas, risas, risas…

Zummo.- (Se queda pensando con la cabeza baja y las manos tras la espalda, luego se recobra, mira a los ojos a sus tres clientes, se rasca la cabeza con un dedo y con una risita burlona habla). ¡Así que espíritus burlones, eh! Sigan, sigan… Esto me divierte…

Mararo’.- ¿Burlones? ¡Pero cómo que burlones, señor abogado! ¡Espíritus infernales, tendría que decir su señoría! Tirarnos de las mantas de la cama, sentarse en el estómago por la noche, darnos golpecitos en la espalda, cogernos de los brazos; y luego mover todos los muebles, tocar los timbres, como si, ¡Dios nos libre y nos salve!, hubiera un terremoto; envenenarnos la comida echando ceniza en las sartenes y las cacerolas… ¡Y usted les llama burlones! ¡No han podido con ellos ni el cura ni el agua bendita! Fue entonces cuando nos fuimos a hablar con Granella. Le suplicamos que nos liquidara el contrato, que no queríamos morirnos allí de miedo, ¡de terror!... ¿Sabe qué nos dijo ese asesino? “¡Tonterías!” ¡Eso nos dijo! “¿Espíritus?”, se pone, “comed buenos filetes – dice – y se os pasarán los nervios”. Le hemos dicho mil veces que se pase por la casa para que él mismo vea con sus propios ojos y oiga con sus propios oídos. ¡Nada! No ha querido saber nada. ¡Es más, nos ha amenazado!: “¡Cuidadito – dice – con armar jaleo, u os fulmino!”. ¡Así como lo oye!

Serafino.- (Concluye sacudiendo la cabeza amargamente). ¡Y nos ha fulminado! Ahora, señor abogado, nos ponemos en sus manos. Su señoría puede fiarse de nosotros. Somos gente honrada. Pagaremos lo que sea necesario…

Zummo.- (Finge, como de costumbre, no haber oído estas últimas palabras). Señores, comprenderán ustedes que yo no puedo creer en sus espíritus. Alucinaciones… Historias de mujercitas. Veamos ahora el caso, desde el lado jurídico. Ustedes dicen que “han visto”… - ¡no les llamemos espíritus, por favor! -; dicen también que tienen testigos - está bien -; y dicen que vivir en esa casa se había convertido en algo intolerable por culpa de esta especie de persecución… digamos “extraña”… ¡Eso es!... Bien…. Se trata de un caso nuevo y muy llamativo, singular; y me tienta - se lo confieso -. Pero habrá que encontrar en el código algún apoyo. ¿Me explico?… Un fundamento jurídico para la causa. Déjenme ver y estudiar antes de aceptar el caso. Ahora es tarde. Vuelvan mañana y les daré una respuesta. ¿Les parece bien así?

Continuará…

1 comentario:

Brioche dijo...

Ayer vi el estreno de Tantas voces y me encantó. Es un montaje que recomiendo a todos. Ya era hora de que el público español tuviera la oportunidad de conocer a Pirandello.