lunes, 2 de febrero de 2009

EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA

Se ofrece la edición de la segunda pieza teatral del espectáculo Tantas Voces… basada en los cuentos de Luigi Pirandello Café Nocturno (1918), La muerte encima (1923) y la pieza teatral breve El hombre de la flor en la boca (1923); y cuya traducción y versión ha sido realizada por Juan C. Plaza-Asperilla (2008)


PERSONAJES:

EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA

UN PACÍFICO CLIENTE

(Verano. Después de Medianoche. Calor.
Un café en una calle de la ciudad cerca de la estación.
A intervalos, se oirá lejano, el sonido tintineante de una mandolina).


(EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA, sentado en una de las mesas, observa largo rato en silencio al PACÍFICO CLIENTE, que, en la mesa de al lado, está chupando con la paja un sirope de menta).


EL HOMBRE DE LA FLOR.- Ah, perdóneme pero se lo tengo que decir. No lo puedo evitar. Usted tiene que ser una persona tranquila, ¿verdad?... (El cliente se encoge de hombros)… ¿Ha perdido el tren?

UN CLIENTE.- Por un minuto, sabe… Ha sido llegar a la estación y verle escapar…

El hombre de la flor.- Podía usted haber corrido detrás…

UN CLIENTE.- Sí. Ya lo sé. Es lo que tendría que haber hecho. ¡Si no hubiera llevado tanto paquete y tanto paquetito! ¡Iba cargado como un burro!... ¡Mujeres! - encargos, encargos y más encargos… - ¡Cuando empiezan no paran! ¡No se lo va a creer, pero fue bajarme del coche y tres minutos para colgarme de los dedos todos esos lacitos de los paquetes! ¡Dos para cada dedo!

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Habría que haberle visto, eh! ¿Sabe lo que hubiera hecho yo? Dejármelos en el coche…

UN CLIENTE.- ¡Ya! ¿Y mi mujer? ¿Y mis hijas? ¿Y todas sus amigas?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¿Gritar? (Se roza dos veces la barbilla hacia fuera con la mano) ¡A mí eso me daría igual!

UN CLIENTE.- ¡Claro! Porque usted no sabe como son las mujeres cuando se van de veraneo…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Claro que lo sé! ¡Justo por eso! (Pausa). Todas dicen que no van a necesitar nada.

UN CLIENTE.- ¡Sólo eso! Son capaces de decir que se van para ahorrar. ¡Eso sí! apenas llegan a un pueblecito, ¡zas!, ¡a ponerse sus mejores trajes! Cuanto más feo es el pueblo; mejor, el traje… ¡Ah, mujeres!... Pero en el fondo es su profesión… “¿Por qué no haces una escapadita a la ciudad, querido? Necesito esto, lo otro, lo de más allá…; y también podrías, si no te importa…” - ¡Qué me dice del “no te importa”, eh!; o “ya que pasas por ahí”… - ¡Pero cómo quieres, hija mía, que en tres horas haga todo eso!... “¡Huy, si coges un coche, te da tiempo!”... Lo malo es que no me he traído las llaves de casa. Para tres horas…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Vaya por Dios! Por eso…

UN CLIENTE.- Me he ido a cenar a un restaurante. Luego para quitarme el mal humor, al teatro. A la salida me he dicho: “¿Qué hago? Es la una; a las cuatro cojo el primer tren. Para tres horitas, no merece la pena irse a un hotel. Y me he venido aquí. Este café no cierra, ¿no?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- No cierra. No señor. (Pausa). ¿Así que los paquetes le han acompañado toda la tarde?

UN CLIENTE.- Sí señor, toda la tarde. A mi lado están más seguros. ¡Y bien atados!...

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Ya me imagino que estarán bien atados. Con ese arte especial que ponen los dependientes para envolver las cosas… (Pausa). ¡Qué manos! Un buen papel, doblado, fino, liso… bien extendido en el mostrador… La tela en medio, bien colocadita… Levantan un borde, lo doblan… luego el otro encima… Luego doblan los lados en forma de triángulo… Meten las puntas hacia abajo… Cogen el cordel, y sin darse uno cuenta le presentan a uno el paquetito con el lazo para colgárselo en el dedo.

UN CLIENTE.- Se ve que se ha fijado usted bien en los dependientes…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¿Yo? Me he pasado días enteros observándolos. Soy capaz de pasarme una hora entera mirando por un escaparate… Allí se me olvida todo. Me gustaría ser aquella seda, aquella cinta que han medido los jóvenes con el metro, y luego… ¿Ha visto como lo hacen? La recogen formando un ocho con los dedos antes de envolverla... (Pausa). Miro al cliente o a la clienta que sale con el paquete colgado de un dedo, o en la mano, o bajo el brazo… Y les sigo con la mirada hasta que se pierden de vista… Imaginando… ¡Uf, la de cosas que me imagino!... Usted ni se lo puede figurar… (Taciturno como hablando consigo mismo)… Pero me ayuda… Claro que me ayuda…

UN CLIENTE.- ¿Le ayuda? ¿El qué?, perdone…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Agarrarme así - con la imaginación, digo -… A la vida de los otros… Pero no a la vida de la gente que conozco. No, no… ¡A esa no! ¡Me aburre! ¡Me da náuseas!... No… Me refiero a agarrarse a la vida de los extraños… Así la imaginación trabaja con libertad, no caprichosamente… ¡Si usted supiera cómo trabaja!... ¿No sé si me explico?...

UN CLIENTE.- Sí, sí; y tiene… tiene que ser un gran placer imaginar tantas cosas…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- (Con fastidio, después de haber pensado un poco). ¿Placer? ¿Yo?

UN CLIENTE.- Me figuro, ¿no?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Dígame, ¿ha estado alguna vez en la consulta de algún buen médico?

UN CLIENTE.- No, ¿por qué? No estoy enfermo…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- No lo digo por eso. Se lo pregunto por si ha estado alguna vez en una de esas consultas que tiene el médico en su propia casa…

UN CLIENTE.- Ah sí, una vez que acompañé a una hija. Sufría de los nervios y…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Bien, no hace falta que me lo cuente. Se lo decía por la sala de espera… ¿Se ha fijado? Esas sillas…, esos silloncitos…, como de segunda mano…, es como si no pertenecieran a la casa… ¡El médico y su familia tendrán un salón bien diferente, más rico, pero esa sala!... ¿Se fijó en las sillas?

UN CLIENTE.- Pues no, la verdad…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Claro. Porque no estaba enfermo. (Pausa). Pero muchas veces, ni siquiera los enfermos se fijan, preocupados por su enfermedad. (Pausa)… Piensan y no ven… (Pausa). ¿Sabe qué efecto produce volver a ver esa silla cuando se sale de la consulta? La silla donde uno estaba sentado. Ahí está, vacía, u ocupada por otro… ¡Bah! No sé por qué le cuento todo esto… Hablábamos de la imaginación y se me ha ocurrido lo de las sillas…

UN CLIENTE.- Ya… No sé que…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- No ve usted la relación, ¿no? Ni yo tampoco… (Pausa). Pero así es el pensamiento de todos. Siempre haciendo relaciones particulares… (Pausa). ¿Sienten placer esas sillas imaginando el cliente que vendrá a sentarse en ellos, y pensando en qué enfermedad tienen, o qué harán después de la consulta? Ningún placer. Pues eso me pasa a mí: No siento ningún placer. ¡Ninguno! Las sillas están allí para que la gente se siente. Y yo, pues una cosa parecida. Ahora me ocupo de esto, luego de lo otro… Ahora estoy con usted, y de verdad que no siento ningún placer por el tren que ha perdido, o por su familia o todas las preocupaciones que usted pueda tener…

UN CLIENTE.- ¡Uffff, ni se lo imagina!

EL HOMBRE DE LA FLOR.- Dé gracias a Dios de que sólo sean preocupaciones (Pausa). Hay cosas peores… (Pausa). Ya se lo he dicho. Yo, necesito agarrarme con la imaginación a la vida de los demás; pero así, sin placer, sin interesarme por ellos… Es más, es más… Lo hago para…, para sentir hastío, para juzgar la vida estúpida, vana… Para que no me importe que termine… Eso es… (Taciturno con rabia). Y esto hay que demostrarlo bien, ¿sabe?, con pruebas y ejemplos continuos. De forma implacable. Porque no sabemos de qué está hecho, señor mío, pero todos, todos, todos (se toca la garganta) tenemos aquí, como una angustia en la garganta: el deseo de vivir… (Pausa)… ¿Sabe dónde está ese deseo? En el pasado, en los recuerdos que nos atan… ¿Atados a qué? ¿A esta tontería…, a este aburrimiento…, estas ilusiones estúpidas?... Basta que uno piense que va a perder la vida, para que…

(En este momento por la esquina de la izquierda, asoma la cabeza, para espiar, la mujer vestida de negro).

¡Mire…! ¿Ve usted allí? Allí, en aquella esquina… ¿Ve usted aquella sombra de mujer?... ¡Ya está! ¡Ya se ha escondido!...

UN CLIENTE.- ¿Qué? ¿Quién…, quién era?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¿No la ha visto? Se ha escondido.

UN CLIENTE.- ¿Una mujer?

El hombre de la flor.- Mi mujer, sí.

UN CLIENTE.- ¡Ah! ¿Su señora?

EL HOMBRE DE LA FLOR.- (Después de una pausa). Me vigila desde lejos. Me dan ganas de echarla a patadas. Pero sería inútil. Es como uno de esos perros perdidos. ¡Cuántas más patadas les das, más se te pegan a los talones! (Pausa). Lo que esa mujer está sufriendo por mí, usted no se lo puede imaginar. Ya ni come, ni duerme. Siempre detrás de mí, noche y día, a distancia. ¡Si al menos se preocupara por cepillarse ese sombrero y ese vestido!... Ya no parece una mujer, parece una mendiga… Me da un asco que usted no se lo puede ni imaginar… A veces la agarro y le grito: “¡estúpida!”. Pero ella nada, aguanta con todo. Se queda allí, mirándome, con unos ojos… con unos ojos, que le juro me dan ganas de matarla… Y ella nada. Nada… Espera a que me aleje, y se pone otra vez a seguirme… (La mujer se asoma de nuevo). ¡Mire!... Otra vez asoma la cabeza en la esquina…

UN CLIENTE.- ¡Pobre señora!

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Qué pobre señora! A ella le gustaría que yo me quedara en casa, ¿entiende? Quieto, tranquilo, sin hacer nada, aguantando sus amorosos cuidados, en medio de ese orden perfecto, de esos muebles, de ese silencio, con ese reloj del comedor, ese espejo… ¡Eso es lo que a ella le gustaría!...

UN CLIENTE
.- Pero a lo mejor su señora…

EL HOMBRE DE LA FLOR.- ¡Déjeme hablar! Si la muerte fuera uno de esos insectos extraños, asquerosos, que a veces uno descubre encima… Va usted por la calle; y alguien le para: “¿Me permite, señor? Lleva usted la muerte encima” Y con dos dedos la coge y la tira… ¡Sería magnífico! Pero la muerte no es un insecto. No. ¡Cuánta gente que pasea tan tranquila, a lo mejor la lleva encima, eh! Nadie la ve. Piensan tan contentos en lo que van hacer mañana o pasado, pero… (Se levanta). Mire… Venga usted aquí…

(Lo hace levantarse y lo lleva junto a la farola encendida).

Aquí, junto a esta luz…, venga… Voy a enseñarle una cosa… Mire aquí, debajo del bigote… Aquí, ¿ve usted esta mancha violeta? ¿Sabe cómo se llama esto? ¡Ah! Tiene un nombre dulcísimo… más dulce que un caramelo… “Epitelioma”, se llama. Pronuncie la palabra y sentirá su dulzura: “Epitelioma”… La muerte, ¿entiende?, ha pasado. Me ha puesto esta flor en la boca, y me ha dicho: “Tenla, querido, volveré a pasar dentro de ocho o diez meses”. (Pausa)… Ahora dígame, si con esta flor en la boca, yo puedo quedarme en casa tranquilo como quiere esta desgraciada. (Pausa)…Le grito: “¿Ah, sí? ¿Quieres que te bese?... “Sí bésame”… ¡Pero sabe lo qué ha hecho la semana pasada! Con un alfiler se ha arañado aquí en el labio, y luego me ha agarrado la cabeza y me quería besar… besarme en la boca… Dice que quiere morirse conmigo. (Pausa)… Está loca… (Luego con ira)… ¡Yo en casa no me quedo! ¡Necesito estar detrás de los escaparates, de las tiendas, viendo a esos dependientes! ¿Entiende? Si me quedo solo, si siento el vacío, puedo matar a alguien que no conozco, a uno como usted que ha tenido la desgracia de perder el tren… (Ríe)… No, no, no se asuste. Es una broma... (Pausa)… Me voy. (Pausa)…Me mataría yo, si acaso… (Pausa)…

En esta época hay unos albaricoques muy ricos… ¿Cómo los come usted? Sin pelar, ¿verdad? Se parten por la mitad, y se aprietan con los dedos, dos labios jugosos… ¡Ah, qué delicia! (Se ríe. Pausa)…Saludos a su señora y a sus hijas. (Pausa)…Me las imagino vestidas de blanco o de azul en un prado, a la sombra… (Pausa)… Hágame un favor, mañana por la mañana, cuando llegue. ¿Le importa? Me imagino que el pueblo está un poco lejos de la estación… A primera hora no hace calor y podrá hacer el camino a pie… El primer matojo de hierbas que vea en el borde, cuente sus tallos por mí. Tantos tallos, tantos días me quedarán de vida. (Pausa)… Pero elíjalo grande, eh, se lo suplico, mmm… (Ríe. Luego se despide). Buenas noches, señor mío…

(Se va canturreando, con la boca cerrada, la misma música de la mandolina lejana que sonaba al comienzo de la obra. Se dirige hacia la esquina de la derecha; pero luego se acuerda de que la mujer está allí esperándolo; se vuelve y va hacia la otra esquina, mientras el cliente pacífico, casi desmayado, lo sigue con la mirada).


FIN

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